El uso de métodos anticonceptivos por las mujeres fértiles panameñas, particularmente en la población humilde es infrecuente e inconsistente. Esta deficiencia ocasiona el nacimiento descontrolado de niños no deseados -traducido en agravamiento de la pobreza, deserción escolar, delincuencia y violencia doméstica-, el aumento en la práctica de abortos clandestinos -con sus correspondientes muertes maternas- y el incremento de infecciones de transmisión sexual, particularmente el sida. No he visto ninguna declaración contundente del MINSA contra los criminales ataques al uso del condón. Por otro lado, casi 40% de las mujeres embarazadas no asiste a la citas de control prenatal y pare en condiciones de improvisación y riesgo, lo que aumenta el nacimiento de bebés prematuros y la morbilidad neonatal.
El tabaquismo es una de las peores lacras sanitarias de la sociedad. Este hábito ocasiona una gran cantidad de muertes por cáncer de pulmón, enfisema y trastornos cardiovasculares asociados -enfermedades prevalecientes en nuestro país- tanto en los fumadores como, aún peor, en los que inhalan pasivamente el humo. No hay, en Panamá, enérgicas prohibiciones al tabaquismo en lugares de esparcimiento público, campañas constantes para desalentar su uso, políticas para rehabilitar a los fumadores empedernidos, ni impuestos sustanciales para las compañías tabacaleras.
Hace pocas semanas se alertó a la ciudadanía sobre el aumento de casos de malaria y el peligro inminente de su urbanización, lo que motivó la aplicación de medidas epidemiológicas para contener la propagación de casos, el reforzamiento del control del vector y el manejo farmacológico rápido de los pacientes. Si bien la terquedad de los sahilas y las actividades migratorias de la población indígena ofrecen obstáculos importantes para atenuar los brotes, creo que la actuación del MINSA ha sido tardía. El aumento vertiginoso de casos viene aconteciendo desde el año 2002, incluso con cuota mortal en embarazadas de la región Kuna-Yala. La declaración de emergencia, el refortalecimiento del programa del SNEM y las acertadas acciones sanitarias actuales debieron ser implementadas con bastante antelación.
Durante los últimos años hemos sido testigos de una proliferación descontrolada de la medicina alternativa sin sustento académico. Programas radiales y televisivos populares están inundados de suramericanos que, con esperpéntica autoridad, hablan de hierbas milagrosas para el alivio de todos los males. A estos remedios botánicos, con el cuento de ser naturales, se les concede erróneamente inocuidad. Recientemente, se desplegaron titulares periodísticos sobre un tratamiento llamado metamorfosis para la recuperación inmunológica de los pacientes con sida. Esta investigación no pasó, como todos los protocolos científicos serios, por las regulaciones éticas correspondientes. Ahora, se ha intentado desviar la atención de la sociedad arguyendo que se trata de medicina alternativa, en clara burla a los profesionales decentes del país. El silencio y la inacción del MINSA y del Departamento de Farmacia y Drogas -entidad que otorgó registro legal a un producto desconocido- levantan suspicacias de complicidad. El albergue sigue admitiendo pacientes, incluyendo niños, en su proyecto, y cobran ahora cuantiosas sumas de dinero. Me pregunto, ¿con qué moral se les puede exigir de ahora en adelante a los investigadores honestos e internacionalmente calificados que tiene Panamá, que presenten proyectos para su evaluación? ¿Qué instancia gubernamental salvaguarda los derechos de los pacientes? ¿Cómo se expiden los permisos de los medicamentos que circulan en suelo patrio? Este tipo de actuaciones hace retroceder el progreso científico panameño a la época de los sahumerios y hechicerías de civilizaciones primitivas.
La salud de un país debe manejarse con rigurosidad profesional, valentía, determinación y consistente mentalidad preventiva.