Solo en los últimos 50 años, el número de avances científicos relevantes ha superado todo lo acontecido en los dos milenios transcurridos del calendario tradicional. En las próximas cinco décadas, la tasa de progreso será 30 veces más rápida. Es decir, lo que hoy toma un año descubrir, en 2050 se producirá en solo 10 días. Hay tanta diferencia entre lo que sabía Galileo Galilei, padre de la ciencia moderna, y lo que se sabe hoy, que ya podemos hablar de una versión actualizada de Homo sapiens, la generación human 2.0. Los nuevos conocimientos generados en astronomía, física, biología, genómica o medicina y las innovaciones en tecnología han revolucionado la forma de vivir y entender el universo.
El grupo de Craig Venter acaba de crear la primera forma de vida sintética, un hito sin precedentes en la historia de la ciencia (Science, mayo 21, 2010). El experimento consistió en sintetizar artesanalmente el genoma de una bacteria llamada Mycoplasma mycoides para luego insertarlo en el citoplasma vacío del Mycoplasma capricolum, un pariente microbiano del mismo género.
La célula resultante, bajo las instrucciones moleculares de ese nuevo genoma, empezó a producir proteínas y a dividirse hasta engendrar miles de millones de nuevas células de la especie donadora. Se trata de la primera célula en el planeta capaz de reproducirse, cuyo progenitor es un computador. El hallazgo tiene un enorme potencial científico. Se pretende, por ejemplo, diseñar un alga, organismo unicelular, que fije el CO2 de la atmósfera y lo convierta en hidrocarburo, mediante el uso de la energía solar. Otros esperan que el ensayo facilite la manufactura de vacunas o la fabricación de microorganismos que depuren las aguas contaminadas.
La comunidad científica es consciente de las implicaciones éticas inherentes a la creación de vida artificial y propone una regulación rigurosa de esta clase de experimentos, ya que se incentivan esperanzas pero también temores. El invento se enmarca dentro de la última frontera de eslabones que pretenden desentrañar el secreto de la existencia de los seres vivientes y constituye un punto de inflexión sobre lo que la ciencia podrá impactar a la humanidad entera en los próximos tiempos.
No hace falta recurrir ni a sermones religiosos ni a tabúes sociales para llegar a la conclusión de que es preciso ser cauteloso y diseñar normas para minimizar los riesgos de estos pioneros conocimientos. Estamos en la gatera de un sendero que otorgará a los científicos un colosal poder de intervención en los procesos biológicos. Es vital, por tanto, forjar frentes permanentes de reflexión bioética, prestos a analizar los avances sin colocar barreras impenetrables a su aplicación. La ciencia debe entenderse como una válvula de liberación del ser humano, nunca como una amenaza para la dignidad de la especie.
En el futuro, muchos seres humanos serán solo mentores. La nanotecnología permitirá crear cualquier producto físico deseado, utilizando materiales baratos y modernos procesos de información. En el ámbito educativo, los maestros dispondrán de máquinas que harán las tareas básicas y específicas. Un androide confeccionará un mueble de madera en pocos minutos, con mayor perfección que un acucioso ebanista.
Una máquina leerá nuestro aliento y diagnosticará, después de analizar señales bioquímicas anómalas, la razón de un riñón inflamado o un hígado doloroso. Las medicinas no tendrán que ser ingeridas o inyectadas sino que a través de un chip incrustado debajo de la piel se irá liberando la droga necesaria, en el momento preciso, para alcanzar el efecto terapéutico anhelado. Ya se trabaja en la producción de “nanobots”, robots diminutos del tamaño de un eritrocito que pueden viajar dentro de la corriente sanguínea y aniquilar patógenos, remover coágulos, aclarar toxinas, corregir errores genéticos y revertir procesos de envejecimiento. Andamos en fases incipientes de reemplazo o regeneración de órganos vitales, incluyendo porciones del cerebro, mediante implantes tisulares o infusiones de células madre.
Se investiga intensamente en la consecución de medios energéticos sostenibles para vivir en el ambiente que nos rodea sin destruirlo. Cada hora, el sol irradia a nuestro planeta con más energía de la que toda la población terráquea consume en un año. Necesitamos capturar solo uno de cada 10 mil haces de esa luz solar que recibe la Tierra para satisfacer el 100% de nuestros requerimientos. Mediante el uso de nanomateriales, será posible construir paneles solares y pilas de combustible capaces de almacenar la energía capturada.
Nuestras mentes podrán interconectarse con computadoras sofisticadas para integrarnos a sus extensas memorias. Cuando hagamos ejercicio, un sensor cutáneo nos marcará el ritmo justo que amerita nuestro cuerpo para entrenarse de manera óptima. Se desarrollarán dispositivos para controlar el termostato corporal y resistir temperaturas extremas que nos permitan vivir en astros lejanos. Los astrónomos ya confirmaron la presencia de agua y posibilidad de vida distinta en galaxias distantes, antes desconocidas. La tecnología venidera hará realidad la comunicación con cualquier región del vasto cosmos.
Debido a la disparidad global en educación, desafortunadamente, no todos los humanos estarán sincronizados con el mismo software mental. Habrá todavía gente en versión 1.5 y personas que no hayan salido del patrón primitivo 1.0. ¿Cuán actualizados estaremos los panameños? Para intuirlo, solo basta observar que mientras la ciencia impregna las escuelas y universidades del mundo desarrollado, aquí bloqueamos reformas de enseñanza, creemos en supersticiones de toda índole y le hacemos una pomposa entrevista profesional a Walter Mercado…
La ignorancia puede ser transitoria, la estupidez es para siempre.