Generaciones y energúmenos

Además, por el estado de mis ojos, escribir se ha convertido en un tormento insoportable. Ya no puedo más. Sin contar con que el martes de la semana pasada cumplí 80 años. No solo tengo derecho a descansar, sino que el tiempo ha desgastado mis arterias (sobre todo las que irrigan el cerebro), despojándome de la poca inteligencia con que vine al mundo. Mis neuronas han sucumbido a una especie de solución final.

A propósito: yo no pertenezco al selecto club de los longevos lúcidos. El nonagenario Oliver Wendell Holmes, hijo del escritor que tanto admiraba Unamuno, y eminente jurista por derecho propio (no es un juego de palabras) solía decir: "cuando veo una mujer hermosa en la calle, me digo ¡Ah, ¿quién pudiera volver a tener 75 años de edad!".

Ha llegado la hora de hacer mutis, y de hacerlo con un mínimo de discreción. Normalmente te (y me) habría ahorrado este articulejo. Pero ocurre que tengo 24 años de escribir con regularidad en La Prensa, y el lector merece una explicación de por qué mi columna no llenará más este espacio. Claro es que cuando ocurra algo gordo de verdad en Panamá o en el mundo, desempolvaré mi PC, o mis cuerdas vocales, y opinaré sobre el tema.

Algunos amigos me dicen: "No puedes dejar de escribir ahora que ha vuelto al poder el PRD". Respuesta: "Contrariamente a la mayoría del pueblo panameño, yo no voté por ese producto teratológico de los cuarteles". A los cientos de miles que sí lo hicieron, les toca enfrentar las consecuencias de su atolondrada decisión. Tendrán que batirse solos contra Frankestein.

Antes los militares usaron las armas que les entregó la nación -confiando en que les dieran buen uso- para tomarse el poder y establecer en nuestro suelo la primera dictadura de nuestra historia republicana. Cuando las circunstancias los forzaron a ello, crearon el PRD, que les sirvió incondicionalmente durante años y más años, haciéndose cómplices de cuanto asesinato cometían sus amos. Todos ellos ejercieron el poder, en violación de la soberanía popular, durante 21 años. Como nadie les había dado un mandato, mi deber de panameño era combatirlos, y eso hice. Pero hoy, ya en democracia...

Los votantes, por lo visto, añoraban las cadenas. Ellos mismos se aherrojaron el 2 de mayo. No hay nada más que decir, ni siquiera cuando suceda lo que yo bien sé que va a suceder. Cada generación tiene que librar sus propias batallas, y los sobrevivientes de la mía no tienen derecho a intervenir en la que se aproxima, aunque penda sobre nuestras cabezas un filoso y puntiagudo sable.

Claro está que no es lo mismo un PRD, cuyos candidatos, escogidos por el dedo peludo del comandante de turno, eran impuestos al país a punta de fraudes y porrazos, que un PRD elegido libremente por el pueblo en unas elecciones puras. Si los tres chiflados es lo que quieren los panameños, respetemos su escogimiento. Ya se darán cuenta, sin que nadie tenga que decírselo, de su equivocación.

**** Sin salirnos del tema: Ramón María del Valle Inclán vivió, en la década del treinta, unos años en Roma, tal vez para estar cerca de su ídolo literario, Gabriele D'Anunnzio (tan inferior a él). Carita de plata y Divinas palabras son de lo mejor que he leído en teatro (aunque ambas obras sean irrepresentables). A Roma fue a visitarlo Rafael Alberti ("Imagen primera de..."). Halló al gran escritor gallego -absorbido por los trámites de su divorcio- más energúmeno que de costumbre: acababa de recibir una carta de su consorte, en la que los insultos empezaban desde el sobre: "A Ramón del Valle Inclán, autor de Divinas palabras y de otras palabras menos divinas", alcanzó a leer Alberti, lamentándose de no poder echarle un vistazo a lo que venía adentro.

Valle Inclán regresó a España en vísperas de la Guerra Civil. Cuando un periodista le preguntó qué había venido a hacer, respondió: "Vengo a dormir un poco antes de morirme".

No me parece una ambición excesiva. Poco después el sueño eterno le cerraba los ojos. Yo creo que todos tenemos derecho a dormir un poco, antes de que los párpados se tornen tan pesados, que no exista fuerza humana capaz de volver a abrirlos. Yo también, modestamente, quisiera dormir un poco, antes de que la pelona me gane la última batalla de esta guerra, que se ha prolongado más de la cuenta.


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