11 DE OCTUBRE DE 1968.

Gorilazo en Panamá

Este era el encabezado de primera plana que merecían los pocos diarios que iban quedando libres en ese oscuro período que se inicia en los años sesenta, a medida que los países de esa sufrida América iban cayendo bajo el yugo de sus propias fuerzas armadas. Solo variaba la fecha y el nombre de la nueva víctima. Y ese fatídico 11 de octubre de 1968, nos tocó a nosotros vernos sumados a esa triste lista de rehenes, e iniciar el doloroso peregrinaje que nos obligaron a cargar durante 21 años.

Caía la tarde ese día, cuando un grupo de adeptos a la Guardia Nacional penetraba en la radio emisora La Voz del Barú en el centro de la ciudad de David, para tomar posesión de ella y proceder a leer el manifiesto con el que el jefe de la Zona de Chiriquí, mayor Boris Martínez, informaba a la Nación del golpe de Estado que desplazaba del poder al gobierno del Dr. Arnulfo Arias Madrid y ponía al país bajo el poder absoluto de los militares.

Nuevamente tenía lugar en Chiriquí un hecho trascendental, esta vez del más dudoso honor, pero también fueron nuestras tierras altas escenario de la lucha armada que trataba de impedir la tiranía que se avecinaba.

No tenía la población la menor idea del destino que esos renegados le tenían deparado, pero poco a poco nos fuimos dando cuenta de la cruel realidad. Los golpes de Estado que el país había conocido habían todos tenido carácter transitorio y habían sido ejecutados por militares de la vieja guardia, pero los que ahora se posesionaban del poder público eran una nueva generación formada en escuelas militares donde las aberraciones con que los iniciaban en su primer día de clases resultó ser una lección de párvulos, comparado con el desenfreno con que salieron armados a las calles a imponerle sus caprichos a una población inerme, acostumbrada a vivir en paz, a dirimir sus diferencias en forma civilizada y cuyo único delito consistía en pensar diferente a ellos y quizá en no haberse podido poner políticamente de acuerdo. Un cerco de alambre espinoso tendido en los patios del cuartel de David encerraba a la intemperie a los oponentes al golpe de Estado que ya no cabían en las atiborradas celdas. Y fue solo el comienzo.

Solo cuatro países de esta sufrida América Latina se salvaron de ese aquelarre y en todos los que fueron cayendo bajo las botas militares, cada grupo golpista invocó su propia excusa para tomar a su patria por asalto, pero todos se comportaron igual. Sustituyeron el diálogo con el disidente por la intolerancia y con el imperio de la fuerza, persiguieron, encarcelaron, exiliaron, torturaron, asesinaron y desaparecieron a tantos opositores como creyeron necesario, para devolver el suelo patrio "sembrado" de tumbas clandestinas.

Saquearon las arcas públicas, se apoderaron de los medios de comunicación, eliminaron los partidos políticos, barrieron la constitución, conculcaron todos los derechos ciudadanos y el término que prometieron aquí para llamar a elecciones, se convirtió en una eternidad en la que no le rindieron cuentas de sus actos a nadie, ni permitieron a nadie que se las pidiera.

El comandante de turno nombraba a capricho a todo funcionario relevante dispuesto a apadrinar sus arbitrariedades y la justicia quedó convertida en una caricatura que surgía de los cuarteles a capricho del jefe de turno, al que sus subalternos se referían orgullosos en Chiriquí como "el hombre que más m - - (orina)". Y solo soltaron el poder, junto a sus cómplices del PRD, expulsados por otro contingente armado del que huyeron como lo que siempre fueron, valientes contra un pueblo desarmado y desvergonzadamente aún no sienten el menor arrepentimiento por nada de lo que hicieron ni creen deberle una disculpa a nadie.

A los militares apoderados ilícitamente del poder político se les llaman "gorilas", no por su aspecto, cosa que es irrelevante, sino por la similitud de su comportamiento cuando huelen las mieles del poder, con el método que utilizaban los nativos en la selva para apresar, precisamente a los gorilas y que consistía en tomar un coco, abrirle un orificio lo suficientemente amplio para que pudiera pasar la mano extendida del simio, pero no así su puño cerrado, ataban fuertemente el coco a un grueso árbol, le colocaban dentro una golosina y solo era cosa de esperar.

El simio llegaba relamiéndose atraído por el dulce aroma, deslizaba su mano dentro del coco y al palpar la golosina la tomaba rápidamente dentro de su puño, pero ocurría que al querer llevársela no podía hacerlo porque su puño cerrado no cabía por el orificio y aunque con solo soltar el dulce podría sacar la mano extendida y escapar, no lo haría, permanecería allí, terco, con el puño cerrado, sin soltar su presa, hasta que llegaban y lo atrapaban, "berreando" aferrado desesperadamente al confite -en panameño, léase "papa"- y 21 años no es nada.

El apodo de "sapos" con el que se identificaba a los civiles serviles de la dictadura tiene un origen más sencillo, pero primero se deberá pedir disculpas a la especie original, porque a ellos esa fue la forma de desplazarse con que la naturaleza los proveyó, mientras que los bípedos locales la adoptaron voluntariamente por el sencillo método de despojarse de cualquier valor cívico que los pudieran dignificar. Y se les llamaba así porque el más leve grito de mando los catapultaba en un salto largo y veloz, como el de los conocidos batracios, a cumplir presurosos cualquier bajeza que los aferrados al poder les indicaran, más algunas de su propia cosecha y muchos de ellos ahora, desde los elevados cargos públicos adonde han retornado, por ese arraigo de las costumbres y en una reñida competencia de complejos y satisfacciones, entre adulado y aduladores, no alcanzan a hilvanar dos frases seguidas sin emular al ungido, ni ver que se "pegue un bloque" sin atribuirselo a su genial creación. Hay cosas de las que parece imposible sacudirse. "Gobierno Nacional - Martín Torrijos Presidente".


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