PARIS, Francia. Siempre me lo juego todo. Llevo las cosas hasta las últimas consecuencias. Me entrego. Amo con todo mi corazón. Romy Schneider dijo estas palabras a la tierna edad de 19 años.
Unas dos décadas después, poco antes de su temprana muerte, el 29 de mayo de 1982, describió así la montaña rusa de los triunfos profesionales y las tragedias privadas de su vida: Quería vivir y al mismo tiempo quería rodar películas. Nunca pude salir de esa contradicción.
Creer que en la vida hay que tener muchas pasiones, como lo creía ella, fue fatal, y llevó al final trágico de una estrella trágica, mucha veces malinterpretada y muy alabada.
La mañana del sábado 29 de mayo de hace dos décadas, Romy Schneider, una de las pocas estrellas internacionales de habla alemana, murió en su departamento de París. Sólo tenía 43 años. Quería escribir una carta, pero no llegó a hacerlo.
La versión oficial sobre su muerte tras los primeros rumores de suicidio fue un problema cardíaco. Los titulares de la prensa lo dijeron a su modo: Romy Schneider murió a causa de un corazón roto. No pudo superar una serie de terribles golpes del destino.
En una conversación telefónica con su madre Magda Schneider pocas semanas antes de su muerte, la actriz le confesó: Soy una mujer rota. Y eso con 43 años.
El público alemán hace tiempo que no entendía a Romy Schneider. En sus ojos, la mujer de los muchos rostros debía seguir siendo aquella muchacha dulce de corazón puro de sus primeras comedias románticas en los años 50.
Fue la adorable Sissi en la trilogía sobre la emperatriz austriaca, una imagen que pesó tanto que hizo que Romy Schneider decidiera finalmente huir a París.
Estaba cansada, explicó poco después, cuando ya nada recordaba en ella a Sissi. A pesar de cobrar un cachet enorme para la época de un millón de marcos, rechazó realizar una cuarta película sobre la emperatriz austriaca.
La montaña rusa de su vida la convirtió en actriz muy solicitada para papeles de carácter y oscuros. Luchino Visconti (Boccaccio 70, Luis II de Baviera) redescubrió a Romy Schneider. Y el francés Claude Sautet (Las cosas de la vida, Max y los chatarreros, Ella, yo...y el otro) se transformó en su director preferido.
