Con frecuencia la ciudadanía que se siente alarmada por la ola de criminalidad pierde de vista el riesgo al que se expone la Policía Nacional. Recientemente se dio un caso que aún no se ha puesto en debida perspectiva en los medios de comunicación.
Frente a la Cárcel de Mujeres una unidad motorizada de Los Linces detuvo a un automóvil de pasajeros (con vidrios más negros que ahumados) que transportaba 220 kilos de la marihuana "pegón". Según los periódicos, el sedán transportó su pesada carga desde el puerto de Coquira, pudiendo transitar sin problemas los casi 80 kilómetros (pasando frente a subestaciones en Nuevo Tocumen y 24 de Diciembre, y un retén en Chepo). Fue en las inmediaciones de San Miguelito que la unidad élite observó el peso que deformaba dramáticamente el carrito y procedió a detenerlo.
Los medios festinaron sobre el hecho de que su conductor era un policía.
Pero no destacaron que el Lince tuvo la entereza de carácter de detener a un compañero. Ello pese a ese espíritu de cuerpo que distingue a casi todas las organizaciones en Panamá y que genera una inmunidad tras la cual el delincuente intentaría escudarse (bajó la ventana justo lo necesario para que se pudiera ver su corte de cabello policial, pero no su carga ilícita). Felizmente, el Lince antepuso su sentido de honor personal a toda otra consideración, procediendo a requisar todo el carro y a arrestar al sinvergüenza.
Al formar su opinión sobre los 15 mil hombres y mujeres de la Policía Nacional se tiende a juzgar a todos por unas cuantas manzanas podridas. Lo importante a destacar en incidentes como éste es que sí hay unidades que cumplen su deber en situaciones difíciles: ¿quién podría garantizar el que no habría otros delincuentes tras esos vidrios ahumados, con armas prestas a defender su lucrativo tráfico?
Cabe más bien agradecerle a tales unidades, un profesionalismo sin duda ni precio.
El autor es traductor
