La Constitución es el pacto social de un pueblo, en el cual se plasman las normas sobre las cuales se sustentan los límites del poder. Hay dos formas de cambiar ese pacto. La primera, haciendo reformas a través de la Asamblea Legislativa, como es el caso actual; la otra, es la asamblea constituyente, compuesta principalmente por el pueblo soberano. Al final de este rápido proceso de reformas constitucionales, no hay duda de que algunas serán buenas y otras no. Sin embargo, algo debe quedar claro: necesitamos una asamblea constituyente. Si las Constituciones están hechas principalmente para limitar el poder, ¿cómo esperar que precisamente los legisladores reformen la Constitución para limitarse poderes y facultades? Así no resulta; prueba de ello es que los legisladores no han dado su brazo a torcer en dos de los tres temas que con más determinación ha estado exigiendo el pueblo. Positivo fue que los padres de la Patria cedieran en el asunto de la inmunidad. Pero hasta allí llegaron. En cuanto a la revocatoria de mandato, la historia no fue la misma, ya que los legisladores quieren que los electores voten por ellos para llevarlos a la Asamblea; sin embargo, la revocatoria seguirá perteneciendo a los partidos y no a quienes lo eligieron. Por otro lado, a pesar de estar la ciudadanía mandando un claro mensaje por varios años, no redujeron la cantidad de inquilinos que tendrá la Asamblea. El país entero esperaba que fuesen 50, 60 ó 67. ¡Equivocación! Serán 71. Las reformas podrán tener su lado positivo, pero temas como estos, en los que es necesario limitar el poder, solamente serán reformados de raíz cuando el pueblo soberano sea quien diga: ‘señores, borrón y cuenta nueva, redactemos una nueva Constitución’.
Hoy por Hoy 2004/07/15
15 jul 2004 - 05:00 AM