La transparencia: una cosa es pregonarla, otra practicarla. La actual administración, que inicialmente dio pasos importantes a favor del acceso público a la información, retrocede peligrosamente. Llenarse la boca sobre los actos del Estado o saturar los medios de comunicación con anuncios oficiales, no es sinónimo de transparencia, sino de burda politiquería.
El caso de la cinta costera que demasiadas sorpresas ha dado a una ciudadanía desprevenida es un ejemplo más del desprecio que algunos funcionarios sienten por la opinión pública. La ciudadanía no solo tiene derecho a conocer en detalle sobre las obras del Estado, sino a exigir cuentas, opinar y criticar.
Pero ante este ejercicio democrático, el gobierno sencillamente opta por retener planos, no dar cuenta de los acuerdos que se firman en sigilo, o llenarnos de datos intrascendentes. La apuesta es evidente: antes que rendir cuentas y escuchar cuestionamientos, ganemos tiempo y que se aguanten los hechos ya concluidos. Al final, ¡el felino mostró sus rayas!
