El alcalde de la capital ha dispuesto remozar el Palacio Municipal en el año de su centenario. Se trata de una obra arquitectónica ubicada en el corazón del Casco Antiguo, diseñada por el mismo arquitecto que hizo los planos de la sede del Ministerio de Gobierno y Justicia. El valor histórico del emblemático edificio municipal es incalculable, pero nuestro novel alcalde ha decidido que de cada piso demolido o de cada pared que se eche abajo, se vendan al mejor postor las piezas que resulten de tal destrucción, a fin de financiar su proyecto.
Toda la idea es un perfecto disparate. Un edificio de tanto valor no se vende a pedazos y mucho menos se destruye, como claramente deja ver en sus declaraciones. Si algo merece este patrimonio capitalino es una restauración, que dista mucho de lo que propone el alcalde, contagiado ahora del enfermizo deseo de esos sátrapas que se autodenominan promotores de bienes raíces y cuyo deseo no es otro que demoler lo existente para mercadear el producto de su codicia sin límites. No olvide, señor alcalde, que este bien pertenece a los panameños y que usted, junto con los ediles, son sus custodios, no sus dueños.
