La delincuencia panameña es tratada como un problema sectorizado en la justicia y, haciendo una observación probabilística, podemos darnos cuenta de que involucra a todo el perfil del ciudadano; es decir, que para solucionar el problema del delito desestimamos la educación, los culturismos, la economía, la salud y muchos otros factores que aceleran la proliferación del problema.
En una sociedad bien distribuida, los delincuentes deberían ser una minoría. Es por esta razón que nos asimos ultimadamente a la frase “los buenos somos más”. El problema que estamos afrontando no es que los buenos seamos más, sino que los malos cada vez son más.
El hecho de que se registre un incremento dentro de un segmento de sujetos que había sido catalogado como “anormal”, significa que la distribución está cambiando y que aquellos que en su momento fueron identificados con antisociales están cambiando, o que la sociedad está mutando para aceptar el comportamiento antisocial como normal. Lo maleantes siguen siendo los mismos, pero se han incrementado; luego la que está cambiando y ha sido afectada integralmente es la sociedad.
No hay cabida para la anormalidad que es ser un delincuente en una sociedad que repudia a los antisociales en las barriadas, escuelas, canciones, derechos, congregaciones, servicios básicos, recreaciones y en el infinito de actividades que conforman el quehacer humano. Una sociedad que elimina los espacios para la delincuencia mantendrá alienado a los individuos antisociales. El problema que afrontamos es que cada vez aceptamos más el comportamiento delictivo como un patrón normal.
El mal interpretado e implementado humanismo está resquebrajando la sociedad. Los delincuentes gozan, dentro y fuera de la cárcel, de prerrogativas que ni las personas influyentes pueden conseguir.
Para ejercer los derechos humanos y la igualdad entre los hombres no basta solo con conocer los principios morales. Debemos administrar estos derechos responsablemente sin corromper nuestros sistemas o pecar de incompetentes. Esto puede sonar injusto, frío y doloroso, pues todos conocemos a alguien que, con o sin razón, ha sido aprendido por la justicia y está pagando o ya pagó por transgredir la ley, pero es este mismo sentir humano el que aleja a las personas decentes de nuestro lugar como el género dominante de la sociedad.
Contamos también con el agravio de que en Panamá los que más gritan (algo que los delincuentes hacen muy bien) son los que más razón y derechos tienen. La delincuencia no es la solución a la pobreza, ni debe brindar popularidad.
Cada esfuerzo que se deja de hacer para erradicar del torrente sanguíneo social la delincuencia, se convertirá en un avance del ladrón hacia la cúspide de la sociedad, pues hasta los delincuentes desean aceptación social y en su capacidad de trasgredir la ley utilizarán todos los recursos inimaginables para convertirse en el mayor y más dominante segmente de nuestra población.