PANAMá.

Identidad de hamburguesa frente a carimañola

La Prensa le toma el pulso a la identidad del panameño. Desnudó la epidermis de este ciudadano, modelo de valores cívicos, para quien los turistas se llevan una buena impresión del país, rechaza el "juega vivo", no ve que los políticos promuevan valores, y al unísono, clama por el cambio en la Iglesia. Seguro que la deshonestidad, injusticia y falsedad, las padecería el vecino, nunca él. Mas, una autoimagen tan perfecta sólo enmascara un terrible sentimiento histórico.

Si dejáramos cantar nuestra esencia, en el himno nacional retumbaría un "alcanzamos por fin la contradicción". A este país de cintura herida, la contradicción le es tan inmanente como el choque de corrientes en un canal a nivel. De la colisión emerge un ser que, en una mano blande una hamburguesa, mientras en la otra, una carimañola panameña. A las libertarias "queja de indio y grito de chombo", añadamos el ingrediente del dominio español, más una fuerte influencia norteamericana. Geográficamente somos Centroamérica, mientras políticamente fuimos Sudamérica, y culturalmente, un caribe agringado.

La presencia gringa imponía su influencia sobre la cultura de la zona central de tránsito, mientras americanizaba el idioma y las costumbres citadinas. Siquiera pensar en un canal manejado por panameños, era signo inequívoco de "haber caído en brazos del comunismo". Pero, el coloniaje también inflamaba las almas nacionalistas del poeta, el folclorista y los Ascanio Arosemena.

Así, la construcción de ese orgullo de ser panameño termina debilitada, y pugnando por sacudir la asfixia del paternalismo oligárquico o militar y la imposición sutil del estilo de vida norteamericano. Y nos deja un regalito: un sentimiento histórico de inferioridad.

El sentimiento de inferioridad estimula aquella inagotable necesidad de igualarse. Llama a extraños: primo, tío, abuelo, cuando no, hijo o hasta hermano. Resulta dicharachero y cariñoso al desespero. Mas, son todas posturas superficiales, mientras cultiva genuina vocación por dividirse, en otras épocas, en godos contra liberales, y hoy ante la reforma del Seguro, el TLC, etc.

Hoy parece tan natural esperar empleo de Martín como preferir la hamburguesa sobre la carimañola, soda sobre chicha, inglés sobre español, y mejor llamarse James que Jaime.

Para sobrevivir al terrible sentimiento de inferioridad, produjimos un anticuerpo compensatorio, el complejo de superioridad.

Un pueblo convencido de su sapiencia puede sentir orgullo de ser panameño porque nadie sabrá más que él. Nunca menospreciemos el contraataque de esa sabiduría popular inmanente, de uno que se siente casi bilingüe porque entiende de strike one, experto en música de salsa, cocina, medicina, política y deportes. Que sabe exactamente dónde falló la dirección del equipo de Chiriquí, aunque abanique en "poner la paila". Uno que, sin un "cuara" en el banco, ofrece cátedra de negocios. Que cree en los anticonceptivos y que la familia se debilita, aunque esté lleno de hijos ilegítimos, y que reza al nuevo Papa hasta que juegue la lotería o sane el hijo.

Capaz de entregar la vida y de segar otras por motivos anodinos. Discute con el vecino, con los de otro partido, con los del equipo contrario, mientras toma en serio los carnavales con su eterno Calle Arriba frente a Calle Abajo. Pero, ¿desde cuándo los sabios socializan entre ellos?

Lleva tan dentro la contradicción que, por un siglo grita "Yankee go home" y hoy añora el regreso. Dijo no más ejército, mas tiembla ante la posibilidad que la guerrilla colombiana invada. Cree en la democracia pero no en políticos ni en los órganos del sistema.

Sólo incluyendo aquel ingrediente contradictorio uno entiende que en Panamá, "hijo de ...", denomine a un hermanazo, que a uno que descuella le llamen "bestia", y que por salvar al Seguro, unos muestren disposición en volver a incendiar Panamá.

Sólo aquel sentimiento de inferioridad, y su reacción, el complejo de superioridad, permite encontrar lógica a la amalgama de esta terca identidad panameña que, a pesar de todo, asoma la cabeza para cumplir con un destino: ser contradictoria.


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