Ayer conmemoramos el “Día de la Tierra”, un día para mirar en retrospectiva cómo ha sido nuestra conducta con respecto a nuestro planeta: si hemos sido amigables o contaminantes, si hemos permitido calladamente que otros contaminen lo que nos pertenece a todos, si hemos dedicado un momento a tratar de educar –y crear conciencia– a algún agresor del planeta, para que deje de serlo.
No podemos considerar nuestra vida completa si no cambiamos la mentalidad de alguien que deteriora el ambiente en nuestro planeta, y si no hemos sembrado y cuidado un árbol hasta verlo crecer.
Hay muchos tipos de humanos contaminantes: el ignorante, que no mide sus actos y ensucia, cuyo entorno es asqueroso y no conoce nada limpio ni mejor; el conformista, que ha vivido toda la vida rodeado de basura, y no lo nota ni le afecta; el contaminante industrial descuidado, que no le da importancia al manejo de los desechos por ignorancia; el contaminante industrial cínico, que hace dinero pensando en economizar en los procesos de tratamiento de los desechos contaminantes de su empresa, a sabiendas de que está ocasionando un daño ecológico, pero no le importa; el mal educado, que a pesar de vivir en un buen ambiente, es incapaz de hacer algo por preservarlo y que, por el contrario, se dedica a contaminar, y muchos más.
Ante esta inconsciencia ciudadana o de falta de tradiciones que nos impulsen a preservar y mejorar el medio ambiente en que vivimos, es obligación del Estado promover políticas mediante la educación, de organismos gubernamentales de contacto de masas, de las ONG, y poner en efecto una política enérgica para promover el cuidado del medio ambiente. Todas las escuelas deben tener jornadas de siembra y cuidado de árboles, llevar registros y darles seguimiento, para que en 20 años puedan regresar a celebrar –quienes los sembraron– y fundar tradiciones ecológicas.
Todas las empresas que producen algún tipo de contaminación deben, obligatoriamente, destinar recursos para jornadas sociales de siembra y cuidado de árboles. Dependiendo del grado de contaminación, se podría asignar una contribución correspondiente para mitigar su daño ecológico. Todas las fincas ganaderas deben ser auditadas, pues en nuestro país se manejan con el criterio de que la sombra impide el crecimiento del pasto y, en consecuencia, lo normal es devastar la población arborícola del predio para sembrar pasto. No hay sombra para los animales; talan los árboles que mantienen las márgenes y el nacimiento de los ríos, con lo cual hacen que estos se sequen. Muchos ganaderos ignorantes aún discuten el efecto negativo que tiene la tala de árboles en las márgenes de los ríos. Debe legislarse para hacer obligatoria la repoblación de árboles de follaje permanente a 15 metros, como mínimo, a ambos lados de la ribera del río, dependiendo del tamaño de la finca. El Estado puede donarles plantones, pero monitoreando el cuidado, crecimiento y reposición, hasta que sean árboles adultos.
Para hacer esta norma de obligatorio cumplimiento, cualquier transacción con dicha finca tendría que cumplir con los requisitos ecológicos: tener el registro y traspasar formalmente el compromiso al comprador, lo cual debe ser certificado, por escrito, por el inspector del área. Con esto, en cinco años, reverdecería Azuero.
