Los miembros de los partidos políticos son de tres clases: a) Adherentes, que son las personas inscritas en un partido; b) Militantes, que son las personas inscritas que participan, activa y regularmente, asistiendo a sus reuniones, giras, actividades de capacitación; pero sin rango ni responsabilidades dirigentes; y c) Dirigentes, que son quienes integran los órganos del gobierno, como convencionales, miembros de los directorios, directivos o ejecutivos. Los dirigentes, especialmente en Panamá, se dividen en dos: los que hacen el coro y los que realmente mandan. Estos son los dueños.
En los partidos criollos, los militantes son, en el mejor de los casos, el uno (1) de los adherentes; los dirigentes, un puñado que, en promedio, no pasa de 50; y, en algún caso, hasta menos de eso, pues hay partidos donde manda uno solo.
Los partidos panameños, por ser esencialmente electoreros y representar los intereses de pequeños grupos económicos, que se alían y desalían, según para donde se orienten los vientos del poder, no tienen, y tampoco les interesa tener, verdaderos militantes; les basta con tener adherentes. Antes que promover y defender un proyecto político, les importa, por encima de todo, alcanzar o compartir el poder y sus "secuelas económicas".
Para nada me sorprendió que el partido gobernante "lograra" sobrepasar el medio millón de adherentes. Para el PRD, en plan de "gran repartidor de empleos y otros beneficios", que no tiene escrúpulos en usar y abusar del poder, no era difícil multiplicar inscripciones en un país donde cientos de miles de personas buscan desesperadamente o tratan de conservar un puesto de trabajo. No veo que eso tenga gran mérito.
Más importante que el número de adherentes que pueda haber "conseguido" el partido gobernante, es poner atención a los efectos que "su mensaje" ha producido en "los llamados partidos de oposición"; sobre las organizaciones no partidistas y los "grupos de presión", sean estos representantes de intereses populares o de las elites del poder económico.
Como a los "partidos de la llamada oposición" sólo los anima su ambición de llegar al poder o compartirlo, los dirigentes que se consideran con "mayor chance", ni cortos ni perezosos han reclamado una unión urgente, "porque esa es la única manera de derrotar al PRD". Cada uno reclama, egoístamente, que los otros "se desprendan de su egoísmo" y le apoyen. El viejo "silogismo del remolque": el fulano que se considera mejor situado, exige que los menganos se dejen remolcar. Esa táctica tiene dos fallos gravísimos: 1) que varios de los menganos, también estiman que son ellos los que deben remolcar y 2) que sólo ha habido en Panamá un dirigente con indiscutible relevancia para obligar a que lo siguiera el resto de la oposición y esa era Arnulfo Arias. De los actuales "opositores", ninguno tiene esa estatura política.
Si se persiste en forzar alianzas, terminarán más partidos que un pastel de cumpleaños y, de antemano, les aseguro que "se fregó el paseo". Si en los dirigentes de la "llamada oposición" hubiera menos egolatría, un poco más de sentido común, un mínimo de altruismo y, sobre todo, confianza en el pueblo y respeto a su derecho de escoger y decidir a quién encomienda la función de gobernarlo, en lugar de tratar de imponer "el silogismo del remolque" o el mecanismo falaz de "las interprimarias", concentrarían todos sus esfuerzos para que en Panamá se establezca "la doble vuelta".
Para implantar la doble vuelta no se requiere de reformas constitucionales; basta con una simple ley, que repita lo que dice la Constitución panameña, en el artículo 177: "El Presidente de la República será elegido por sufragio popular y por la mayoría de votos, para un periodo de cinco años", y que agregue: "será mayoría de votos la mitad de los votos válidos emitidos. Si ninguno de los candidatos obtiene el cincuenta por ciento de los votos válidos emitidos, los dos que hayan recibido la mayor cantidad de votos, concurrirán a una segunda elección, que se realizará treinta días después de la primera, en la que resultará elegido el que obtenga la votación más alta".
La doble vuelta permitiría que corran todos los candidatos que quieran tirarse al ruedo. El pueblo votante, no los partidos, escogería entre ellos, en la primera vuelta, y si ninguno logra el 50% de los votos, el pueblo votante, no los partidos, decidiría, en la segunda vuelta, finalmente, quien gobierna. ¡Eso es verdadera democracia! Los partidos de la llamada oposición, y el 50% de los electores que no estamos inscritos en ningún partido debemos hacer causa común para que en Panamá también exista la segunda vuelta, como en la mayoría de los países de nuestro entorno latinoamericano. Se fortalecería nuestra distorsionada democracia y el pueblo, sólo el pueblo, sería el dueño de su destino.
