BURDA SENTENCIA

Libertad periodística

Siempre he tratado de buscar un centro de equilibrio a los excesos de partes en conflicto. La certeza absoluta no existe. Esa visión oligofrénica del bien y del mal, esgrimida comúnmente para imponer puntos de vista, le hace mucho daño a la tolerancia y convivencia pacífica de una sociedad pluralista y heterogénea. Analizo, por tanto, la libertad de prensa desde ambas caras de una moneda.

Con toda sinceridad, considero que el periodismo panameño promedio, dista mucho de poseer estándares de excelencia y honestidad. Gran parte de la culpa la tienen los dueños de medios de comunicación, quienes, por rédito económico, trazan la línea a sus reporteros de lo que deben informar o investigar. La basura que se vende cotidianamente en televisión, radio y prensa, cargada de superstición, incultura, amarillismo y chabacanería da vergüenza.

Cuántas veces no hemos presenciado la explotación visual de la tragedia humana, en accidentes u hospitales, con el solo objetivo de generar ratings. Tristemente, la ética se desvanece ante la posibilidad de adquirir protagonismo y negocio. Nunca he visto la exhibición pública de un cuerpo mutilado, una víctima ensangrentada o un niño malformado que pertenezca a la familia de un periodista. Me molesta, además, cuando un reportero mancilla alegremente el honor, la dignidad y la presunción de inocencia de otros, motivado por interés particular o morbo. Un profesional del periodismo debe plasmar la información, sin tomar partido ni prejuzgar a los involucrados. Toda actividad humana debe tener algún límite y la libertad no se escapa a esta premisa.

En teoría, los estamentos jurídicos son los que deben dirimir responsabilidades y culpabilidades de los funcionarios denunciados. El problema sobreviene cuando los magistrados y jueces encargados de impartir justicia están supeditados a directrices militares, políticas o económicas, algo que ha sido habitual en la historia de nuestro vilipendiado país. La prensa, con sus vicios e imperfecciones, es probablemente la única fuerza semi–independiente que existe y la mejor posicionada para alertar a la sociedad de toda la podredumbre circundante. Cualquier persona que decida incursionar en el mundo político, debe saber que se expone al escrutinio constante de la población. Los salarios de servidores públicos proceden de los sacrificios e impuestos fiscales de todos los ciudadanos. Por ende, ellos tienen el deber de rendirnos cuentas y nosotros el derecho a exigirlas.

La mejor forma de verificar este objetivo es a través de una prensa libre, valiente y vigilante. Aun cuando el premio Nobel de Literatura, Albert Camus, hubiera definido al periodismo como el oficio más bello e influyente del mundo, este trabajo está marcado por la voracidad informática y por el vértigo noticioso de cada día. Resulta imprescindible, por tanto, que el rol educativo del periódico se ejerza a través de la verdad, o al menos en plausible aproximación a ella, para que el destino humano sea más honorable. Los temas, notablemente imperecederos, de la injusticia, el abuso del poder, la corrupción, la delincuencia y la iniquidad social, todos generadores de frustración, violencia y miseria, constituyen el pan de cada día en la vida de un periodista. Su misión es tratar de disecarlos, exponerlos al sol, para que la conciencia ciudadana aprenda de la realidad e intente modificarla.

A mi juicio, el fallo reciente contra Sabrina Bacal y Justino González, dos reputados periodistas, es injusto, deplorable y evidentemente intimidatorio. La crónica de ellos sobre una presunta red de corrupción en Migración, resultó ser cierta y proveniente de una fuente identificable. Es más, este entramado permanece, quizás, aún sin desmantelar. El periodismo de denuncia siempre ha incomodado a los gobernantes y políticos en general. Curiosamente, esos mismos políticos, cuando están en campaña electoral, son los primeros en ensuciar y desprestigiar a sus rivales, aunque carezcan de pruebas concluyentes. Por lo burdo de la sentencia emitida, dudo que obedezca a una acción directa del Presidente. La actuación puede representar una sumisión, por parte de los implicados, a los mensajes subliminales que emanan del Ejecutivo para regular al “periodismo de pacotilla” mediante tácticas de amedrentamiento. Independientemente de su génesis, sin embargo, la libertad de expresión está en claro peligro. Paradójicamente, mientras Vargas Llosa es premiado precisamente por esta libertad, aquí se otorga castigo a este derecho humano básico.

Yo lo tengo claro. Si tuviera que elegir entre una prensa de mala calidad y el silencio de los medios, apelaría a la famosa frase del filósofo francés Voltaire, que señalaba, “detesto lo que escribes, pero daría mi vida para que pudieras seguir escribiéndolo”.


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