Libros y literatura: Reseña dominical y Caja de letras De silencios y carrozas

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Título: Carroza para actores Autora: Karla Suárez Género: cuento Editorial: Norma Año de publicación: 2000

Como ocurre en cualquier parte del mundo, pero sobre todo en los países sin una sólida industria editorial, los chicos que desean dedicarse a la literatura deben decidir entre enviar sus historias a concursos internacionales o tomar la decisión de irse de su tierra. Ambas cosas hicieron dos de los más representativos integrantes de la generación literaria de los noventa cubana: Karla Suárez y Ronaldo Menéndez.

Ninguno de ellos supera los 35 años de edad y ambos nacieron en La Habana. Los dos dieron sus primeros pasos literarios fuera de las fronteras nacionales al ganarse en conjunto el premio Lengua de Trapo, en su versión de 1999, que si bien no tiene una cuantía monetaria comparable al Alfaguara o el Planeta sí les permitió darse a conocer en el competitivo mundo editorial español. Ella lo ganó con Silencios y él con La piel de Inesa. Otro punto que los une es que ambos decidieron marchar de Cuba. Una rumbo a Roma y el otro al Perú.

Hoy quiero hablarles de Karla Suárez. Vino al mundo hace 32 años. El trabajo de esta narradora, ingeniera informática de profesión, ha estado presente desde hace años en antologías publicadas en Cuba, España e Italia, así como en revistas de México y Argentina.

En su país se dio a conocer con cuentos como Aniversario (que fue adaptado al teatro en 1996) y con los relatos reunidos en la obra Espumas. Miembro de la Asociación Hermanos Saiz (Asociación Cubana de Jóvenes Artistas) debutó en la novela con la galardonada Silencios, en la que narra 20 años de la vida de una mujer cubana desde su infancia hasta su madurez.

De acuerdo con su autora, Silencios tiene poco de sentido autobiográfico, aunque no niega que hay mucho de la visual de una mujer de los noventa en una ciudad como La Habana. Independientemente de su carácter cercano, lo cierto es que Karla Suárez comenzó con fuerza al obtener un nombre dentro de su país y posteriormente en mercados como el español, el italiano, el francés y el alemán.

En Panamá podemos leer de Karla Suárez su libro de cuentos Carroza para actores (Editorial Norma), en la que se reúnen 12 historias cortas en las que destila un existencialismo despiadado, en el que deambulan seres inmersos en ambientes crueles, en los que seguir adelante significa vivir día a día y sin tener demasiadas expectativas sobre el mañana.

Como sus compatriotas Ena Lucía Portela (El pájaro: pincel y tinta china) y Anna Lidia Vega (Limpiando ventanas y espejo), Karla Suárez se interesa por una narrativa entre feroz y calmada, enmarcada entre el dolor y el desengaño, entre el pesimismo y la esperanza, todo manejado con una sensualidad que agrada y enternece.

Los personajes que cohabitan en Carroza para actores invitan a la reflexión, al detenimiento sobre aspectos universales como el sexo, el dinero, la ambición y el amor. Aunque esta admiradora de Cortázar y Borges recrea su labor tanto en una atmósfera femenina como masculina, se inclina más por describirnos lo cotidiano con sus ojos de mujer inteligente y sensible, lejana de cualquier actitud feminista.

La nostalgia es una virtud que en ocasiones se puede transformar en un defecto letal, un defecto que los escritores cubanos que residen en el exterior utilizan para vender más, para que la comunidad de críticos y lectores los valoren más por ese sentimiento de ausencia que por la calidad de su trabajo. Por suerte, Karla Suárez no cayó en esa trampa en Carroza para actores.

CAJA DE LETRAS

El ídolo

Era una extraña manera de mostrar su admiración... querer parecerse a su ídolo.

Desde muy joven sentía una rara fascinación hacia éste, además de amarlo por sobre todas las cosas, lo admiraba, lo comprendía.

A medida que pasaban los años, empezó a imitarlo. Se depilaba el cuerpo, se untaba cremas humectantes, aprendió el arte de maquillarse y arreglarse el cabello para que enmarcara su preciosa cara, igual a la de éste. Aprendió a mover las caderas al ritmo de la música que llevaba por dentro. Salía a la calle con su adorado ídolo y se imaginaba que todos pensarían que eran iguales.

Cuando cumplió los 18 años, la fascinación y el orgullo de su transformación le motivaron a salir en busca de su madre.

Tocó la puerta de la casa de su madre. Ella, al abrirla, tristemente se dio cuenta de que Martín era igualito a su papá.

Déborah Yael Wizel

Móvil

Te gusta jugar y nadar. Pero tus juegos de patadas me tienen cansado, si no fueras una mujer, seguro te respondería. Te pondría una zurda para dejarte quieta.

Como eres mi hermana preferida, te las perdono todas. Dentro de tres meses, cuando te vea salir, te seguiré y te prometo, voy a cuidarte desde el día de nuestro nacimiento.

Lucero Maldonado

Puede enviar sus cuentos inéditos, máximo 300 palabras, a dominical@prensa.com

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