La película carcelaria es en sí misma un género cinematográfico, hijo director del drama judicial, del thriller y el policíaco.
En España se estrenó el año pasado la que es una de las mejores películas de esta corriente fílmica de la última década: Celda 211.
Gira en torno a un motín en una cárcel. Ofrece una historia convincente, unas actuaciones de calidad, un ritmo bien conducido, un montaje fabuloso y un trasfondo político que da mucho para pensar.
Celda 211 mantiene un interés que nunca decae, gracias a su guión pulido, que ofrece temas para el debate y personajes grotescos, viciosos y humanos que lo impresionaran.
Celda 211 es sobre las injusticias a lo interno de las prisiones en España, pero que se puede aplicar perfectamente en Panamá y en cualquier otro país.
No presenta como víctimas a los reos, pero sí destaca que dentro de esos lugares infernales se convierten en seres peores a como entraron, gracias a un sistema carcelario represivo, injusto y decadente que todo lo traga: a los funcionarios, a los burócratas, a los políticos, a los guardias, a los presos y a los familiares de estos.
No es cuestión de tenerlos en celdas semejantes a una habitación de lujo de un hotel cinco estrellas, pero la película plantea que tenerlos en condiciones que ni un cerdo soportaría tampoco es la mejor de las salidas.
Destaca que los castigos pueden darse ante una falta disciplinaria seria, pero cometer con los reos actos violentos, es fruto de unos guardias que son parecidos a las personas que vigilan y que deberían proteger.
Sus personajes, Juan Oliver (Alberto Ammann), un funcionario penitenciario que está en el lugar equivocado en el momento menos afortunado, y Malamadre (Luis Tosar), el líder máximo de los más miserables y patéticos de los presos, están en una típica pugna de poder, donde habrá que ver si el más inteligente o el más fuerte saldrá airoso.
Me gusta que el destino de los personajes no está condenado a lo políticamente correcto, van casi siempre hasta las últimas consecuencias, aunque signifique que sufran todo tipo de dolores físicos y emocionales.
Celda 211 tiene la electricidad de El expreso de medianoche (EU, 1978), de Alan Parker; un halo sádico como la serie de televisión OZ (EU, 1997), de Tom Fontana y esa aura más o menos poética que sí tenía por completo En el nombre del padre (Irlanda, 1993), de Jim Sheridan.
Celda 211 es brillante, intensa, fabulosa.
Con frecuencia la oferta nacional es una porquería, pero esta vez no, ahora sí hay una producción indispensable: Celda 211. Está prohibido dejar que se vaya dentro de siete días como pasa con las buenas películas, ya que es inolvidable llevado a la máxima potencia.
Los únicos que tienen permiso para no cumplir esta tarea son los espectadores fácilmente impresionables, pues Celda 211 tiene varias escenas justificadamente extremas. Vaya, tampoco ocurre en el Taj Mahal.

