Tras seis años de haber asumido la presidencia del país más grande en América Latina, Luiz Inácio Lula da Silva se reúne con el presidente Barack Obama en la Casa Blanca este sábado, para participar en un ejercicio que será como un ensayo general previo a la Cumbre Hemisférica de abril, en Trinidad y Tobago.
El temario de la reunión incluye asuntos de interés bilateral como energía, comercio y cambio climático. También un repaso a la crisis económica global, en anticipación a la reunión del Grupo de los 20 en Londres. Y el debut oficial de Lula como mediador entre Obama y tres países del hemisferio con serios diferendos político con EU.
Evo Morales le ha pedido a Lula que abogue por la reanudación del trato preferencial a la importación de textiles bolivianos a Estados Unidos; Hugo Chávez le ha solicitado que mitigue el “ruido” en la relación Venezuela–EU. Y Lula ha anunciado que intercederá por la distensión en las relaciones entre EU y Cuba, aunque no ha aclarado si esta fue una petición directa de los hermanos Castro.
En lo que respecta a Bolivia, Obama debería desoír las desorbitadas declaraciones anti–norteamericanas de Morales y preparar un paquete de ayuda que presentaría en la Cumbre Hemisférica como un acto de generosidad del todavía país más rico del mundo al segundo país más pobre de América Latina.
En lo referente a Venezuela, si la solución a los problemas requiere bajarle decibeles al “ruido”, Lula debería empezar por pedirle al teniente coronel que se pliegue a la recomendación del rey Juan Carlos de España y finalmente se calle.
El relajamiento de las tensiones con Cuba es importante para Lula por los vínculos culturales y de amistad que históricamente han unido a Brasil con Cuba. Lula quiere, además, mantener sin sobresaltos una creciente relación de intercambio comercial con la isla que incluye negocios en los campos de transportación, químicos, procesamiento de metales, desarrollo de infraestructura y exploración petrolera.
Por otro lado, es cierto que Lula no hablará en nombre de América Latina, pero es innegable que expresa la voluntad de los dirigentes de los 33 países de América Latina y el Caribe que reunidos en Salvador de Bahía, en diciembre de 2008, expresaron su repudio al embargo contra Cuba y pidieron su reingreso a la Organización de Estados Americanos.
De entonces a la fecha, el peregrinar de ocho presidentes de países latinoamericanos por Cuba ha sido constante y, a menudo, patético. Cristina Fernández de Argentina, Michelle Bachelet de Chile y Leonel Fernández de República Dominicana lograron acceder a un besamanos privado con el longevo dictador. Rafael Correa de Ecuador, Martín Torrijos de Panamá, Álvaro Colom de Guatemala y Manuel Zelaya de Honduras se quedaron en la antesala y tuvieron que conformarse con una audiencia con el hermano menor.
Negar que el embargo contra Cuba sea un anacronismo que lleva cinco décadas demostrando su incapacidad como instrumento para derrocar a los Castro sería una necedad. Pero la desfachatez de los ocho corderitos–presidentes que claman por un cambio en la política estadounidense, pero no se atreven a exigir cambios democráticos en Cuba y respeto a los derechos humanos y al estado de derecho en la isla es una vergüenza.
Es difícil predecir cuáles serán las consecuencias del cabildeo de Lula en la Casa Blanca, pero todo indica que esta misma semana el Senado aprobará las provisiones que removerían algunas de las restricciones al comercio y a los viajes a Cuba que el ahora presidente prometió que eliminaría cuando era candidato. Y este es un buen primer paso.
