[REVISIONES]

Maleta abierta

La semana pasada, llegando a Madrid de vuelta de México y con el ánimo aún sobresaltado por las bromas curiosas que los muy estresados y compungidos dueños del control aéreo español nos brindan de vez en cuando, me encontré con uno de esos enigmas que los autores de novelas de suspense denominan como “el crimen de la habitación bajo llave”.

Un cadáver solitario, sin trazas de suicidio, en el suelo de un cuarto cuyas ventanas están atrancadas por dentro. La llave de la puerta luce, intacta, en la cerradura por la parte interior. El detective, Sherlock Holmes, por ejemplo, ha de resolver el enigma sin recurrir a las fuerzas sobrenaturales que puedan justificar el crimen: espíritus que atraviesan las paredes sin dejar huella. Aunque en mi caso no se trataba ni de muertos ni de ventanas: sólo la maleta, con el candado de combinación en su sitio.

Al abrirla, los signos de que había sido forzada eran evidentes. La ropa que, en un alarde de pulcritud poco habitual había colocado yo en orden, dándole la vuelta a las mangas de las chaquetas, se encontraba revuelta y con las mangas del derecho. No faltaba nada, eso sí, porque nunca meto en el equipaje que facturo objetos capaces de tentar a un exquisito pero, ¿cómo se podía entender que la maleta hubiera sido abierta y cerrada sin acudir al arte de magia?

Una búsqueda elemental por internet dio con la clave. Basta con meter en un buscador cualquiera las palabras “maleta”, “cremallera” y “forzada” para encontrarse con explicaciones harto precisas, incluso con videos acerca del procedimiento que otros de esos ciudadanos que nos alegran también los viajes tienen a bien llevar a cabo una vez que el equipaje desaparece por la cinta transportadora. Basta con apretar con un sencillo bolígrafo en cualquier lugar de la cremallera para que esta se abra. Tirando luego de la tapa de la maleta se puede husmear lo que se quiera de su interior. Al final, si el artesano del incordio al pasajero lo tiene a bien, incluso deslizará las solapas del cierre –con el candado aún puesto– a lo largo de la cremallera para que esta vuelva a quedar cerrada. Quod erat demostrandum.

La cosa puede reducirse a que te revuelvan la ropa. Con un poco más de mala suerte, te robarán algo. Pero si en verdad ese día andas gafado, puede que metan en tu equipaje una bolsa de plástico de un par de kilos llena de un polvo muy fino de color blanco. Si ningún guardia civil se mete por medio, ya se encargarán de robarte la maleta, esta vez para siempre, cuando haya pasado el control. Pero si los controles dan con el paquete... Bueno; no sé yo si la policía estará al tanto de la solución que daría Sherlock Holmes al enigma del candado intacto.

Tal y como se están poniendo las cosas, lo suyo va a ser olvidarse de viajar en avión. Y, de no haber más remedio, optar por el recurso del hatillo atado a la espalda. Cualquier cosa menos facturar una maleta para que luego, quienes nos amargan los vuelos, hagan con ella lo que les venga en gana.


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