Hace algunos años vimos la película titulada Mamita querida en la cual se hacía una denuncia y se trataba de hacer conciencia sobre el maltrato que sufren nuestros niños, niñas y jóvenes en los mal llamados "hogares". "Hogares" que ya no existen, porque si vamos a las estadísticas, casi el 90% de las familias está desintegrada, es decir, hace falta el papá, la mamá, y los niños viven con abuelos, con tíos o algún otro familiar. Lo más triste es que la mayoría de los maltratos a los menores se da en sus "hogares" y que nadie denuncia esas acciones, porque "eso es problema de los padres con los hijos y a mí no me incumbe". ¡Cuánta ignorancia conlleva esa afirmación! Quien se expresa de esa manera no tiene un ápice de sentimientos o empatía con alguien que nosotros sabemos o escuchamos que está siendo maltratado, sicológica o físicamente.
Los resultados de ese "poco me importa" los vemos en los cientos de niños en la calle, en jóvenes que se escapan de sus "hogares", en la deserción escolar, en la violencia callejera, en los suicidios, en las enfermedades de trasmisión sexual... Todos los que trabajamos en el área de salud, conocemos esta realidad, porque salud es tratar al ser humano como lo que es, con dinero o sin dinero, con el único objetivo, de que se sienta bien, tanto física como mentalmente.
Ya van dos niños, ambos de dos años, muertos a golpes por sus propios padres.
¿Cómo es posible que seamos incapaces de denunciar el maltrato o el abuso hacia una persona? ¿Dónde está el valor de la vida humana? ¿Cómo pasa desapercibida toda la violencia que existe y se da prioridad a la economía, a la galleta saludable, a lo superfluo, a los lujos, a la vida social si en nuestras casas se están matando, no existe el amor entre sus miembros, no es el lugar para recogerse y sentir el calor y la protección de los nuestros?
¿Por qué nos callamos ante situaciones como las aquí descritas? ¿Dónde están los trabajadores de la salud, los sicólogos, los siquiatras, los maestros, los feligreses de las distintas iglesias, los sacerdotes, los pastores y, sobre todo, los buenos padres y madres que no nos atrevemos a exigir un alto al maltrato en todos sus niveles, a irnos a la calle para que se haga una campaña de casa por casa, para enseñarnos a ser padres, a disciplinar con cariño, no con palo ni con palabras hirientes, que eso es precisamente lo que nos lleva a la violencia, porque todo lo que hacemos lo aprendemos de nuestro alrededor (no nacemos con eso). La campaña la podría dirigir la Primera Dama de la República, así como lo está haciendo con las personas con discapacidad.
No permitamos que estos niños, que solo vinieron a sufrir lo inimaginable, queden en el olvido. Sus muertes deberán salvar a otros miles de niños y niñas que en estos momentos están pasando por lo mismo. Por favor, que no vuelva a repetirse en Panamá otro caso similar.
Y yo me pregunto: ¿Cómo nos mirarán Jesús y María si los aclamamos tanto y no practicamos su principal mandamiento? Callamos, y no dudo que ellos han llorado por el sufrimiento de esos dos ángeles... y nosotros, sus hijos, ¿qué?