Diego Rísquez adora la historia y gusta transmitirla a su audiencia porque piensa que en este continente la memoria es frágil y dada al olvido.
Como padre y cineasta considera que una de las labores del séptimo arte es rescatar el pasado y mantener con vida a los héroes que ha tenido América Latina.
Este gusto por los acontecimientos del ayer es fácilmente comprobable con solo ver los títulos de sus filmes, que van desde A propósito de Simón Bolívar (1977), Bolívar Sinfonía Tropical (1980), Orinoko Nuevo Mundo (1984), Amérika Terra Incognita (1988) hasta Manuela Sáenz (2000).
Su Manuela Sáenz forma parte de las películas que se presentan actualmente en la Primera Muestra Iberoamericana de Cine, que se lleva a cabo hasta el 1 de noviembre en El Otro Alhambra (Alhambra de Vía España). Esta actividad además incluye un conversatorio, que será mañana miércoles 24 sobre el filme mexicano Bajo California, de Carlos Bolado, a las 11:00 a.m., y en la mencionada sala de proyecciones.
En opinión de Rísquez, la figura de Manuela Sáenz es tan rica en facetas que da para cuatro largometrajes más. En su caso, resumió en hora y media la tormentosa relación de amor-odio entre la famosa ecuatoriana y el Libertador Simón Bolívar, un tema que logró atraer a las salas venezolanas a medio millón de personas (superando en taquilla a las norteamericanas Los ángeles de Charlie y El Grinch) y que sirvió para pagar los gastos de producción (un poco más de un millón de dólares).
Explica que su intención era demostrar que Sáenz fue entre 1822 y 1830 algo más que la amante de Bolívar; que además fue su protectora, cómplice intelectual, consejera política y seguidora fiel.
Le llamó la atención que este don Juan mantuviera una relación más o menos estable de pareja con una misma mujer, y piensa que una de las razones es que esta dama ya había demostrado entrega a la causa separatista cuando en Perú San Martín la condecoró con la Orden del Sol (por lo que fue apodada La Caballeresa del Sol) por su valor y entrega.
De acuerdo con este hombre nacido en Isla Margarita (Venezuela) en 1949, no fue hasta mediados del siglo pasado cuando se le comenzó a hacer justicia a la Sáenz, pues antes había sido marginada sistemáticamente por la historia oficial.
En ese sentido, destacó la contribución que hicieron en esa labor de poner en un lugar adecuado a Sáenz obras como La libertadora del Libertador, de Rumazo; La mujer providencia de Bolívar, de Humberto Mata; La caballeresa del sol, el gran amor de Bolívar, de Demetrio Aguilera; Manuela Sáenz, el último amor de Bolívar, de Mercedes Ballesteros y La amante inmortal, de Von Hagen.
Cree Diego Rísquez que si Bolívar hubiera escuchado a Manuela Sánez otro habría sido el desenlace del sueño unificador del Libertador, pues no siempre este estratega hizo caso de los anuncios de su amante sobre aquellos aliados que posteriormente lo traicionaron. Esta intuición femenina, anota, le habría ahorrado a Bolívar la deslealtad de Páez en Venezuela y de Santander en Colombia.
