WASHINGTON, D.C. –Desde joven le he guardado gran admiración a la bailarina Margot Fonteyn, quien me impresionó mucho cuando la vi bailar una vez en el gimnasio del Colegio Javier. Aunque era apenas una niña, comprendí que era algo extraordinario que una estrella inter nacional como Margot tuviera la modestia de bailar junto a estudiantes de ballet en el gimnasio de una escuela en Panamá.
Por décadas después, todo lo que supe de ella recalcaba esa leyenda de increíble talento, belleza y sencillez, y en 2001 escribí una columna sobre Margot que fue muy elogiosa. Señalé que en una subasta de la época en Londres, sus admiradores habían pagado casi un millón de dólares por un puñado de objetos personales de la gran bailarina, incluyendo una foto inscrita, “A mi querido Tito, Margot”. Un tutú de terciopelo negro que Margot lució en El Lago de los Cisnes se vendió en 98 mil dólares y dos vestidos –diseñados por Yves St. Laurent– se vendieron en más de cien mil dólares cada uno.
Pero mi opinión favorable de Margot comenzó a tambalear en 2004, cuando se publicó en Londres una biografía estremecedora que destruyó buena parte de la leyenda Fonteyn. La autora, Meredith Daneman, reveló un sinfín de detalles que yo hubiera preferido no saber sobre la vida profesional, personal y sexual de Margot, y poco después vi un documental que acabó de rematar mis ilusiones. Claro que siempre comprendí que lo que uno ve en un escenario dista mucho de la vida real, pero de todos modos fue doloroso descubrir realidades mucho más feas de lo que hubiera podido imaginarme.
Y como si eso fuera poco, la semana pasada se revelaron documentos previamente secretos en Londres que confirman claramente que Margot fue cómplice “hasta el pescuezo” en un plan absolutamente repudiable para tumbar al gobierno de Ernesto de la Guardia, en 1959. El plan no era de ella, obviamente, sino de su esposo Roberto Tito Arias, un personaje controversial cuya historia conocemos. Se dice mucho que ella estuvo loca de amor por él y que ese amor la llevó por unos rumbos extraños, y también hay que reconocer que el contexto político de 1959 no era del hoy día. Aun así, encuentro totalmente criminal e imperdonable que Margot se haya prestado para ayudar a que Tito montara una “revolución” armada en Panamá con el apoyo de Fidel Castro.
La autora Daneman, en su biografía, relata que Margot siempre se hizo la inocente en el episodio y adoptó la postura de que todo había sido una gran aventura cómica, “como si no fuera más que otra escena jocosa en la opera de la política latinoamericana”. Una de sus cómplices en el asunto fue una inglesa que también lo consideró como un gran “chiste”; esta amiga (que ayudó a contrabandear materiales) le escribió a Tito que su complot “ha sido una fuente inagotable de diversión para mí”.
Pero Daneman le atribuye a doña Rosario Arias de Galindo (hermana de Tito) unas declaraciones que correctamente critican la participación de Margot en algo que amenazó a Panamá y la convirtió en un hazmerreír internacional.
Dijo doña Rosario a Daneman: “Margot nunca comprendió nuestro punto de vista. Solo vio el de Tito. Ella no podía comprender, por ejemplo, la humillación que eso nos trajo en nuestras relaciones con Estados Unidos”. Agregó doña Rosario que “nuestra estabilidad en Panamá estuvo amenazada. Era una situación muy incómoda y peligrosa. Margot hizo de eso un chiste, pero no era un chiste para nosotros. Algunas personas murieron. Algunas personas perdieron la vida”.
Mucho más tarde, este episodio tuvo repercusiones graves. Las aventuras de Tito y Margot terminaron en tragedia y algunos analistas plantean que el incidente afectó la política estadounidense hacia Latinoamérica; para contener la amenaza comunista, Washington fortaleció los ejércitos de la región. Las consecuencias, para Panamá y sus vecinos, no fueron chiste.
