Es difícil imaginar una nevera que no tenga un tarro de mayonesa o un club sandwich sin una generosa porción de esta salsa. En la mayoría de los casos basta y sobra con la mayonesa comercial, pero hay ocasiones en que es menester hacerla en casa.
La mayonesa se viene haciendo a mano desde hace dos siglos y medio (fue creada para celebrar la toma del puerto de Mahon, capital de Menorca, por el duque de Richelieu en 1756), y aunque se puede hacer en una licuadora, en un procesador de alimentos o con una batidora, ninguno de estos métodos le imparte la textura aterciopelada de que es capaz una mayonesa hecha a rejo limpio, con un batidor de alambres.
Por supuesto, que tiene todas las calorías del mundo, amén del colesterol, pero una vez al año, no hace daño; además, entre muerte por mayonesa y muerte por diablo rojo, elijo la primera cualquier rato. La mayonesa hecha en casa, además, es muy agradecida y acepta todo tipo de condimentos y permutaciones: desde el allioli de los catalanes, quienes lo hacen con nada más aceite de oliva y ajo y se burlan de los provenzales que la amalgaman con yemas de huevo, hasta la rouille que es de rigor para una bullabesa, y que recibe su nombre del color rojo que le imparten los chiles, el ajo es el complemento favorito del Mediterráneo europeo, pero hay otras preparaciones igualmente deliciosas como la sauce verte, complementada con berro y finas hierbas, hasta la salsa tártara con sus alcaparras y pepinillos o el vitello tonnato de los italianos finas lascas de ternera cubiertas por una mayonesa con atún y aquí les ofrecemos algunas permutaciones.
