¿Mecánicos o adivinos?

Llevar un automóvil al taller puede convertirse en una verdadera pesadilla. Una reparación menor puede costar una cifra de dos ceros, aunque la solución se reduzca a una simple limpieza, un cambio de fusible o apretar una tuerca floja.

Diagnósticos equivocados, piezas que no se cambian, reparaciones mal hechas, groserías y malos tratos. ¿Le suena familiar? Nadie está a salvo de los talleres irresponsables, ni de sus mecánicos “cambia piezas” que parece que lo saben todo, pero en realidad no saben nada.

Hace unas semanas llevé un carro al taller Star Center, ubicado en la Ave. 12 de Octubre (al lado del Banco Nacional), y así comenzó una historia de nunca acabar.

Primero, un supuesto “gurú de la mecánica” diagnosticó que la causa del problema era la bomba de gasolina. La cambió y el daño persistió.

Entonces una “todopoderosa” computadora, tan infalible que puede detectar cualquier problema mecánico, dio un nuevo veredicto: era un daño eléctrico. Piezas iban, piezas venían, facturas aquí, facturas allá. Durante tres días, el taller cambió todas las piezas que pudo, llenó su caja registradora con “servicios de mano de obra”. Pero nada fue suficiente, porque el problema persistió.

No contentos con el tiempo y el dinero perdido, el gerente del citado taller Star Center, desplegó su mejor repertorio de groserías y finalmente me indicó que “ya estaba cansado de ese carro” y que era mejor que lo sacara de su taller.

Eso es lo único que puedo agradecerle a Star Center, ya que un verdadero mecánico solo necesitó cinco minutos para darse cuenta de que el carro simplemente necesitaba una limpieza del carburador. Esta “mano de obra” solo me costó 30 dólares y medio día de trabajo. Casi nada, si se compara con los más de 200 dólares que había gastado previamente y los tres días perdidos, por culpa de un taller de “mecánicos adivinadores”.

Cuando le reclamé a Star Center lo sucedido, el gerente, en un tono más calmado, me indicó que “errar es de humanos, pero es de sabios reconocerlo” y prometió devolverme la mano de obra al día siguiente. Todavía lo estoy esperando y me pregunto qué extraña fuerza habrá hecho que el señor Galleguillos haya desaparecido tan misteriosamente, luego de prometer algo que nunca cumplió.

También me pregunto si la administradora de este taller, que resultó ser una doctora, sabe tanto de mecánica como para argumentar que “la mejor prueba de que ellos arreglaron el carro es que el mismo está funcionado”.

El mismo mecánico adivinador, en un intento por salvar su “irresponsabilidad”, revisó nuevamente el carro y dijo que el carburador nunca había sido limpiado.

Ni siquiera la CLICAC pudo hacer que Star Center aceptara su error. Ellos argumentaron nuevamente que la prueba de su buen trabajo es que “el carro está funcionando” y además que la garantía del trabajo se perdió al sacar el carro del taller.

Mi queja se archivó en algún escritorio refrigerado de la CLICAC, junto con tantas otras de clientes descontentos que intentan infructuosamente que alguien se haga responsable.

En reciente encuesta publicada por La Prensa, un 65.7% de los lectores opinó que el servicio que brindan los talleres mecánicos en Panamá es malo o pésimo, mientras que la CLICAC ha recibido quejas de unos 250 talleres que han actuado de manera “irregular”.

Esto me lleva a preguntarme ¿quién defiende al consumidor? ¿Quién puede sancionar a los talleres irresponsables? Hoy fue un mal diagnóstico y un gasto innecesario, pero mañana podría ser una negligencia que le cueste la vida a un conductor. Esos pequeños errores pueden traer consecuencias fatales.

La mayoría de los clientes descontentos no llevan su queja a mayores, por evitar un rosario de trámites en los que no hay mucha posibilidad de éxito. Sin embargo, no decir nada ante estos abusos es una luz verde para que esos talleres irresponsables sigan lucrando, a costa de engañar a los clientes. Solo aspiro a que esta experiencia de “terror automotriz” no le suceda a otros clientes.

En Panamá, la cultura del “no pasa nada” es lo que ha permitido que muchas injusticias queden sin castigo. Insistir en una denuncia puede ser engorroso, pero el precio del silencio puede ser todavía más alto.

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