Los viejos camaradas no faltan a la cita. Mucho color rojo, el rojo comunista y mucha hoz y martillo; nadie quiere admitir nostalgia, pero algunos comentarios y miradas la delatan. Todos prefieren hablar de memoria histórica, de responsabilidad didáctica. Un cierto orgullo se da por descontado: 70 años fue un periodo muy largo, la utopía de varias generaciones. Tanto tiempo vivió el Partido Comunista Italiano, conocido por sus míticas siglas, PCI pichí, en pronunciación italiana, la organización comunista más poderosa de Occidente.
Una exposición en la Casa de la Arquitectura, en Roma, repasa la trayectoria del PCI desde su fundación, en 1921, hasta que se disolvió, en 1991. La muestra ofrece una extraordinaria riqueza documental, sobre todo audiovisual.
En múltiples pantallas se pueden ver películas en blanco y negro y documentos manuscritos originales, como los cuadernos de Antonio Gramsci desde la cárcel o las notas de Palmiro Togliatti durante su entrevista con Stalin, el 26 de diciembre de 1949. “Ningún otro partido italiano ha conservado un archivo tan rico”, constata Linda Giuva, una de las organizadoras de la exposición, que estará hasta el 6 de febrero y que luego irá a Génova, Livorno, Perugia, Milán y Bolonia. “Es importante que el país no olvide su propia historia”.
Wanda, veterana militante, afiliada al PCI en 1950, dice que aún le gusta recordar que encarnó una vía italiana al socialismo que era diferente. “Siempre nos respetaron porque éramos muy fuertes”, añade. “Al principio, después de la guerra, estuvimos en el Gobierno, pero luego, claro, los americanos impusieron su diktat”,recuerda.
El PCI llegó al sorpasso de la Democracia Cristiana (DC) en las elecciones administrativas de 1975. En las elecciones generales de 1976 superó el 34% de votos. Se trató de un caso excepcional en un país de la OTAN que estaba en primera línea durante la guerra fría. El Vaticano, que tutelaba la DC, y Estados Unidos vigilaban atentos para evitar la llegada de los comunistas al poder. Era una línea que no se podía cruzar. Como máximo se llegó al compromiso histórico (el PCI apoyaba desde fuera las grandes líneas del Gobierno de la DC), una fórmula muy italiana que el terrorismo de las Brigadas Rojas dinamitó con el secuestro y asesinato de Aldo Moro.
Giuva, que se sacó el carné del PCI en 1977, cree que la Italia moderna es deudora del PCI por múltiples avances sociales, las conquistas sindicales, la sanidad pública, el divorcio, el aborto, por haber abolido los manicomios y por la lucha contra el terrorismo.
Enrico Berlinguer, secretario general del PCI en sus horas de gloria, ocupa un lugar destacado en la exposición. Pueden leerse las notas manuscritas de su discurso ante el Parlamento Europeo, en enero de 1980, para condenar la invasión soviética de Afganistán.
Berlinguer decía que la coherencia del PCI estaba en defender siempre la soberanía de los pueblos, tanto en intervenciones occidentales como en las que realizaba Moscú en su área de influencia.
Bruno Magno, ilustrador gráfico del PCI desde 1971, ha elaborado para la exposición un cartel con banderas con la hoz y el martillo: “Todas las veces que lo he votado”. -¿Qué supone dibujar un símbolo caído, casi maldito?, le preguntamos. -“El símbolo cayó, pero no los ideales que representaba. Quizá volverán bajo otras formas”. -¿Queda el factor afectivo? -“Sí -ríe- para mí queda el aspecto emocional, afectivo”.
