WASHINGTON, D.C. - Hoy, domingo de los Oscar, escribo de una nueva obra pro-torrijista que ambiciona tener el mismo éxito del horripilante filme Panama Deception, que en 1992 ganó un Oscar como Mejor Documental. Se trata de un libro titulado Confessions of an Economic Hit Man [Confessiones de un sicario económico], por John Perkins. El libro no ganará un Premio Pulitzer (el máximo galardón norteamericano para obras escritas, equivalente a lo que Panama Deception obtuvo como obra cinematográfica), pero si aumentará las ventas de Peptobismol, porque pocos podrán leerlo sin quedar con el estómago revuelto.
En la primera pagina del libro, Perkins describe a Omar Torrijos como "presidente de Panamá" y su credibilidad va en pique desde allí en adelante. Para Perkins, Omar es "el héroe del Panamá moderno"; un hombre de "compasión"; un "agente de paz"; un hombre "guapo, carismático y valiente"; "un campeón de los derechos humanos"; "un defensor de los pobres y los indefensos"; "un ícono internacional de justicia e igualdad"; "un defensor firme del derecho de Panamá a auto-gobernarse"; y, un hombre "dedicado a que el país bajo su liderazgo evitara los escollos de su historia ignominiosa".
Lejos de admitir que Omar fue dictador, Perkins lo pinta como el único gobernante democrático de toda la historia panameña. "Por más de medio siglo, Panamá fue gobernada por una oligarquía de familias adineradas con conexiones fuertes a Washington. Ellos eran dictadores de la derecha que hacían lo que fuera necesario para asegurar que su país promoviera los intereses de Estados Unidos", escribe Perkins. Este alega que Arnulfo Arias fue "el último en la parada de dictadores" y que tras el golpe de 1968, "Omar Torrijos surgió como jefe de Estado, aunque él no había participado activamente en el golpe". Al caer Noriega (un hombre inocente a criterio de Perkins), "la familia Arias y la oligarquía pre-Torrijos, títeres estadounidenses ... se reinstalaron ... y Estados Unidos nuevamente controlaba [el Canal de Panamá]".
La tesis central de Perkins es que hay una "corporatocracia" donde las grandes empresas están en complot corrupto con los gobiernos, usando endeudamiento y recetas económicas en detrimento de los pueblos y los países pobres. En estos tiempos de Halliburton, Enron, y globalización, esa tesis tiene mucha resonancia —uno la ve reflejada en dos de las películas que figurarán esta noche en los Oscar, Syriana y The Constant Gardener —y yo le otorgaría bastante validez si me la expusiera alguien de más credibilidad. Perkins también acusa que la CIA (Agencia Central de Inteligencia) asesinó a Omar y yo estoy más que dispuesta a creer cualquiera cosa de la CIA; lo que me parecería inconcebible, si la CIA asesinó a Omar, es que un hijo de Omar le rinda pleitesía a un George Bush que es hijo del George Bush que fue director de la CIA y vicepresidente de Estados Unidos cuando ese asesinato se ordenó.
Lo que rechazo por completo, por otro lado, es que la supuesta honradez de Omar y su supuesto rechazo de propuestas económicas que le harían daño a su pueblo son lo que motivó su asesinato, porque los hechos fríos demuestran exactamente lo contrario (Para los detalles, ver mi columna del 21 de abril de 1999). Cifras del Banco Mundial y del Centro Internacional para el Desarrollo Económico (CINDE, organismo que Nicolás Ardito Barletta presidió por años) confirman contundentemente que el torrijismo fue nefasto para la gente humilde de Panamá. La deuda externa que era de 70.8 millones de dólares en 1968, llegó a 2.2 mil millones en 1980 y pasó a ser el endeudamiento per cápita más oneroso de Latinoamérica. Los indicadores sociales que en 1965 mostraban una calidad de vida en Panamá que se comparaba muy favorablemente al resto de Centroamérica mostraban en 1987 que los demás países habían avanzado y nosotros no. Un penetrante estudio (autores: Zimbalist y Weeks) señala que los niveles de hambre bajo el torrijismo solo se explican con "un patrón de crecimiento económico que no llegaba a las clases bajas". Informes del Banco Mundial señalan que las políticas agrícolas y laborales —que habían logrado crecimiento "boyante" en los años 60— fueron absurdas y contraproducentes en los 70 y 80, por lo que "el desempleo aumentó, la pobreza aumentó".
El torrijismo, en breve, fue un fraude, del que Perkins ahora admite haberse beneficiado grandemente y todavía intenta exprimirle todo el jugo posible. Perkins, dice Sebastian Mallaby del Washington Post, "es un mercachifle vanaglorioso de estupideces". Muchos otros concuerdan.
