Actualmente nos encontramos con una lamentable polémica surgida en torno a la presentación de las obras de Sheila Lichacz en la que aparecen incrustados interesantes tiestos prehistóricos. En esta polémica, a mi modo de ver, subyace un problema de carácter teológico–cultural, ya que la cultura, como es natural, se ha puesto una vez más al servicio de la teología.
En verdad, no se trata de desconocer el valor cultural que tiene tan interesante producción plástica de nuestra eximia artista, sino de dar cumplimiento a las disposiciones emanadas de nuestras leyes en lo que respecta a la protección de nuestro patrimonio cultural, ya que el Instituto Nacional de Cultura es la entidad encargada de garantizar el cumplimiento de dichas disposiciones legales.
Hay que tomar en cuenta que tal como lo dijo S.S. Juan Pablo II: “El hombre vive una vida verdaderamente humana gracias a la cultura”. Y en el caso de Sheila Lichacz, se trata de una artista que busca infatigablemente, en el arte, nuevos y ocultos significados, que son los que le permiten crear esas obras que la trascienden espiritualmente y que constituyen, tal vez debido a sus delicados problemas de salud, la fortaleza que le sirven de sustento y esperanza para enfrentar con resignación cristiana, la dura prueba por la que atraviesa.
De ahí que su temática artística tenga como marco la exaltación maravillosa y mística de las tinajas precolombinas, utilizando tiestos o piezas fragmentarias “que no poseen ya valor contextual arqueológico ni permiten reconstruir piezas completas o de valor museable alguno”; pero esos tiestos sí nos sirven para defender y enriquecer los valores que integran nuestra identidad nacional, que es lo que ha hecho Sheila Lichacz al incrustarlos en su homenaje de devoción a la Cruz y darles una significación espiritual, por su origen ancestral de carácter pictórico.
Es así como nuestra connotada artista contribuye a defender y a enriquecer nuestra identidad nacional, tanto dentro como fuera del país, con lo que fortalece nuestras raíces nacionales.
En verdad, ambas partes están recorriendo el mismo camino, pero por rutas diferentes. Por eso considero que usando el recurso del diálogo podría encontrarse una fórmula conciliatoria. Y una de ellas podría ser asignar, en una de las salas del Museo Antropológico Reina Torres de Araúz, el espacio adecuado para exhibir permanentemente, esta genial producción artística de Sheila Lichacz, colección que estaría bajo la custodia de Patrimonio Histórico, mediante un mutuo entendimiento entre las partes, y al alcance de quienes les interese apreciar su valor teológico cultural.
La obra de Sheila está fundamentada en tres circunstancias dignas de considerar:
1. Que para Sheila el símbolo de la Cruz está también representado en la imagen sagrada de nuestra patria, ya que Panamá, al sacrificar su integridad, abriendo sus entrañas ignoradas para que en ella se construyera el Canal de Panamá, quedó convertida en una cruz con ese corte transversal, misión que se reafirma en estos momentos en que se construye un tercer juego de esclusas.
2. Que Sheila relaciona místicamente las tinajas, con su devoción por la Cruz, debido a que para realizar su primer milagro público, Cristo utilizó tinajas para convertir el agua en vino.
3. No deja de ser interesante para los cristianos panameños, que en la Capilla de Las Cruzadas de la Basílica del Santo Sepulcro, se exhibe la obra “Dinero de Sangre –Treinta Monedas” de Sheila Lichacz.
He hecho estas reflexiones, por el aprecio que les tengo a las partes en conflicto, ya que cuando fui Director del Inac, después de conocer la magnífica producción artística de nuestra compatriota, la designamos embajadora de la cultura. Hoy ocupa el cargo de embajadora extraordinaria y plenipotenciaria. Por ello hago votos para que ambos, por constituir partes importantes en el desarrollo de nuestra cultura, se confundan en un fraternal abrazo, ya que discutir sobre la cultura, es discutir sobre la paz.
El autor fue Rector de la Universidad de Panamá
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