Lo vi por última vez, el pasado 1 de noviembre, el día de su cumpleaños, cuando lo fui a visitar a la iglesia Nuestra Señora de Guadalupe en calle 50, para llevarle un cariñito porque nunca perdí el contacto con el padre Altafulla.
Este recuerdo al igual que muchos otros todavía están vivos en la memoria de Reyes Alvarez de Laurín, una mujer entregada al servicio de la Iglesia Cristo Redentor de San Miguelito, donde conoció al padre Jorge Altafulla en 1985.
Eran tiempos difíciles, de crisis económica y en este popular barrio, al cura Altafulla le correspondió organizar a la comunidad y vivir todo el drama de la invasión estadounidense, cuando las personas hacían filas en las iglesias en busca de alimento y sustento para sus familias. Allí estuvo presente la mano de Jorge Altafulla.
Todavía Reyes de Laurín no se repone de la noticia, pero aceptó contar algunas de sus vivencias con Jorge Altafulla, porque fue un gran padre, le debo mucho y las veces que acudía al él con problemas o en búsqueda de consejos me decía: mira al crucificado.
Eso no lo olvido, a veces esperaba que me dijera otra cosa, pero siempre te invitaba al perdón y te decía, mira al crucificado, contó Reyes de Laurín, con lágrimas en los ojos, mientras relataba los recuerdos que guarda del sacerdote.
Antes de llegar a San Miguelito, en 1985, Altafulla dirigió la Iglesia Nuestra Señora de Guadalupe, pero en este distrito estuvo por espacio de 11 años, tiempo en el que formó 13 grupos de catecumenado (ayuda espiritual), la pastoral social caritativa y el grupo de madres-maestras, los cuales funcionan todavía.
El era un sacerdote que anunciaba y denunciaba, callado, trabajador, recto, siempre estaba leyendo y nunca abandonaba a sus colaboradores en el trabajo encomendado, aceptaba recomendaciones y nunca se negaba a ayudar a los demás. Muchas veces se metía la mano en el bolsillo para contribuir con los más necesitados y recuerdo que insistía siempre en el perdón, contó Reyes de Laurín.
Se entregaba al trabajo y no tenía reservas con las personas porque no negaba confesar a nadie, y estoy segura que monseñor Altafulla murió por Jesucristo, por el evangelio y esto es una lección para los feligreses, expresó.
Es cierto que ha habido cosas malas en algunos sacerdotes, pero hay muchísimos aspectos buenos y por ello tenemos que orar por nuestros pastores y además pedirle a ellos que nos permitan cuidarles y ser más celosos por el trabajo que realizan, dijo Reyes de Laurín, quien ha sido maestra de catequesis y directora de la pastoral social de la Iglesia Cristo Redentor.
Dijo que trabajar con Altafulla fue una gran experiencia y recordó que una vez estaba su hijo pintando una vivienda junto con otro compañero de la iglesia y mientras esperaba que le entregaran unos zapatos que iba a regalarle debido a que este joven era de escasos recursos económicos, se lo llevó la policía. De inmediato acudí al sacerdotedice, y él mismo la acompañó al Cuartel de Tinajitas para abogar por el muchacho porque era una persona de bien y pertenecía a la parroquia.
Estas cosas no las puedo olvidar y quisiera que se recordara al padre Jorge, como aquel que nunca abandonó a sus ovejas, concluyó.

