A estas alturas de mi vida, a las puertas del medio siglo, nada me sorprende. Admito, sin embargo, que la politiquería enferma mis neuronas y calienta mis vísceras. Cuando dirigentes políticos o sectoriales utilizan argumentos falaces, para rédito personal o partidista, mi efervescencia mental alcanza el umbral de tolerancia. El misoneísmo de ciertos colegas lo soporto algo mejor. Es natural, particularmente, a edades geriátricas, exhibir cierta aversión, resistencia o incluso hostilidad al cambio. Son síntomas premonitorios de senectud, a veces inconcebiblemente presentes en personas jóvenes. Lo escribo claramente. La unificación del sistema sanitario es una necesidad impostergable y harta necesaria desde cualquier perspectiva económica, social, administrativa o bioética en que se discuta. Muchos de los que se oponen lo hacen motivados por corrupción, egoísmo político, pérdida de espurios privilegios o crasa ignorancia. Por tanto, la sociedad debe estar preparada para combatir los conflictos políticos, empresariales, sindicales y gremiales que puedan generarse con la propuesta de unificación.
El líder panameñista tildó a nuestra comisión de artimaña. Prefiero ese calificativo al de alimaña, término apropiado para describir a estos politiqueros. Le aseguro que ninguno aplica a mi persona. Pese a mi urticaria partidista, la tarea encomendada por el presidente la asumo como responsabilidad ciudadana y obligación moral. He luchado, junto a muchos otros, por adecentar la sanidad nacional y no desperdiciaré esta dorada oportunidad. Lo exhorto, además, a que cambie asesores porque fue embaucado con erróneos conceptos técnicos. El aparente aumento de tosferina confirmada se debe más a la reciente disponibilidad de pruebas diagnósticas confiables que al incremento real de enfermos. Es más, la mayor incidencia de casos sospechosos ocurrió en 1993-94 y 1998-99. Esta infección ocurre también en países desarrollados porque la vacuna convencional no supera 80% de efectividad y cada 3-5 años se acumulan susceptibles. El dengue y la leishmaniasis empezaron a aumentar desde inicios de los 90 y todavía se mantienen en niveles elevados. Ciertamente, ha habido un repunte reciente de casos de dengue clásico, pero la escasez de formas hemorrágicas parece más relacionada a variaciones de virulencia del patógeno circulante que a cuestiones meramente epidemiológicas. La leishmaniasis ha ido en uniforme ascenso debido a la migración interna de pobladores hacia tierras boscosas cercanas a la cuenca canalera, hábitat predilecto del vector microbiano. Olvidó mencionar, por conveniencia, que la malaria adquirió predominancia durante la administración de su clan y que el alcohol es uno de los principales asesinos en Panamá.
La unificación, como pretendemos, tendrá estrictas regulaciones para alejar el clientelismo, parásito que infecta y drena las arcas del Minsa y la CSS. Panamá es el cuarto país del continente en mayor gasto de salud (superado por Estados Unidos, Canadá y Cuba), con casi 7% del PIB. Naciones con menor inversión (Uruguay, Costa Rica y Chile) nos superan en logros sanitarios. Aunque esta ineficiencia obedece a la duplicación de actividades en nuestro sistema bicéfalo, a la desorganización distributiva del recurso humano y al exceso de burocracia administrativa, debe existir también un alto grado de corrupción en licitaciones y compras directas. Una gran parte del escape monetario ocurre, intuitivamente, en el renglón de medicamentos. Disponemos de una miríada de fármacos no esenciales, algunos con propiedades de placebo, incorporados aún en ausencia de lineamientos técnicos rigurosos o mediante matreras recomendaciones. Preocupa que más del 50% del gasto panameño se destina en actividades centradas en patología y no en tareas de promoción o prevención, precisamente las de mayor ahorro e impacto global.
Algunos cabecillas sindicales ya emiten declaraciones huecas, sin conocimiento de intenciones, con miras a oponerse nuevamente a otra vital iniciativa. A juzgar por su anárquica conducta, pareciera que intentan obstaculizar todo proyecto de desarrollo, por más bondades que ofrezca, motivados por agendas ideológicas. De esa manera, al estancarse el país, anexarían más ciudadanos a sus filas para instalar regímenes populistas financiados por el orate petrolero. Aunque nadie ha hablado de privatización, este fantasma ronda por sus mentes como palabra repugnante. Personalmente, pienso que la salud debe ser manejada públicamente pero utilizando criterios empresariales para que sea eficiente, productiva y de calidad. De hecho, las herramientas de contención de gastos, de variables de costo-beneficio, costo-efectividad y costo-utilidad, de evaluación de desempeño y rendición de cuentas, de fichaje a los más calificados y de satisfacción al usuario, han sido elaboradas por empresarios y economistas exitosos. Tradicionalmente, con contadas excepciones, los estamentos estatales han despilfarrado recursos y tenido planillas abultadas de gente improductiva, grosera, poco afín a cumplir obligaciones contractuales y no identificada con la institución que les paga y ampara. Además, la contratación de servicios externos es una necesidad imperiosa para entidades públicas sin disponibilidad de tecnologías vanguardistas. El Hospital del Niño paga a entes privados la realización de estudios especializados que redundan en una atención de calidad al niño enfermo. ¿Es esto pernicioso? Todo lo contrario.
Finalmente, varios dirigentes gremialistas han empezado a pintarse colores bélicos en sus rostros para instigar a la rebelión. No los entiendo. Aquél profesional responsable, trabajador, amable, eficiente, que ofrece una medicina actualizada de buena calidad, que sigue protocolos de atención basados en evidencia científica, que enseña a sus discípulos, que investiga para generar y transferir conocimientos o que atrae recursos económicos a la institución en que labora, no tiene necesidad de aprensiones. Estos individuos -son muchos- merecen, incluso, incentivos y sobresueldos. Por el contrario, los funcionarios que llegan tarde y emigran temprano, no concluyen sus deberes cotidianos, traspasan su amargura al paciente, practican una medicina anclada en sus años universitarios, no colaboran en el engranaje institucional y no asisten a llamadas urgentes durante sus turnos pagados, merecen penalidad y, ante reincidencias, separación laboral, temporal o definitiva. Aunque sabemos que existen deficiencias administrativas y escasez de personal en los hospitales públicos, una porción relevante de la ineficiencia e inadecuada atención se debe a la displicente actitud del profesional involucrado. No se trata, tampoco, que atiborremos de pacientes a cada galeno porque la calidad desmejora y los pacientes no son fríos números de estadística sino humanos en busca de receptividad, alivio y palabras de aliento.
Si la unificación no se da, Panamá perderá y la mediocridad seguirá ¿Eso queremos? Yo no.