EDUCACIÓN

Mochilas y tareas escolares

¡Que alegría! Se acabó el año lectivo. Paz y tranquilidad retornan a casa. ¿Cuántos de ustedes no han tenido que regresar desesperadamente a la escuela, en medio de un tráfico infernal, a buscar libros o cuadernos que su hijo olvidó para un examen al día siguiente? ¿Cuántos de ustedes no han llamado a otro padre de familia para pedirle páginas dictadas, fotocopiadas o escaneadas de un texto que su niño debe estudiar? ¿Cuántos de ustedes no han sufrido la súbita recordación de una tarea, un domingo en la noche, debiendo ir a una tienda o farmacia en búsqueda de los implementos necesarios para culminar la asignación? ¿Cuántos de ustedes no han padecido dolores de espalda al intentar levantar las mochilas repletas de enseres escolares de sus vástagos?

La Academia Americana de Pediatría señala que la carga de una mochila no debe superar un 10%–20% del peso total de un niño. La mochila de mi hijo menor pesa usualmente entre 25 y 30 libras, casi la mitad de su propio cuerpo. Cada vez que intenta alzarla, gesticula como si estuviera defecando a través de intestinos estreñidos. Afortunadamente, la mamá la compró con ruedas. Con tantas asignaciones diarias, aligerar la bolsa podría significar dejar quehaceres sin terminar y arriesgarse a una baja calificación. Sus hermanos ya han pasado por idénticas penurias. No parecen, por dicha, haber quedado con rastros de hernias ni secuelas de escoliosis.

Las tareas escolares son una angustiosa pesadilla, tanto para los niños como para los padres. Tras la dura faena laboral, llegar al hogar y percatarse de que tus hijos tienen una amplia lista de trabajos por hacer, no resulta para nada placentero. Ponerse la vestimenta de maestro, después de terminar las obligaciones cotidianas de tu profesión, puede generar ira y fatiga. Desde ayudar en investigaciones, estudiar para numerosos exámenes, preparar declamaciones, pegar figuritas, recortar noticias, recordar fórmulas aritméticas o memorizar páginas interminables de vocabularios, en lengua propia y ajena, el descanso hogareño se ha convertido en pasatiempo extinguido. Se genera tanto estrés, que hasta la dinámica sicológica de la pareja progenitora queda propensa a la rebelión.

Es difícil que los más pequeños puedan, por sí solos, confeccionar maquetas o proyectos manuales. Muchos padres, por tanto, sienten como si las diligencias se las hubieran puesto a ellos. Los establecimientos educativos de hoy en día, particularmente los privados, acostumbran a saturar de tareas a los pupilos. El aprendizaje debe lograrse en el aula de clases para que el niño, en casa, solo necesite repasar o profundizar lo asimilado. Algunos educadores, por pereza pedagógica o debilidad académica, no se esfuerzan en explicar claramente el tema de estudio ni admiten retroalimentación de los acudientes. Comunicarse oportunamente con algunos profesores es más difícil que escapar a un tiroteo dentro de un elevador.

La nota obtenida, en última instancia, es ganada más por los adultos que por los niños. Si los padres no están pendientes o sus compromisos no les permiten supervisar, es el muchacho quien paga las consecuencias. Los niños pueden llegar a odiar la escuela porque, por un lado, no disponen de tiempo para cuestiones esenciales como entretenimiento o deporte y, por el otro, son amonestados si por cansancio o distracción natural no cumplen con sus deberes de forma óptima. Un buen maestro procura que el alumno disfrute lo que hace en la escuela.

Las tareas, por supuesto, ayudan a practicar lo aprendido en clase, motivan a los niños a organizarse, promueven disciplina y responsabilidad, estimulan a adquirir hábitos o métodos de estudio, cultivan la autoestima e independencia juvenil y propician la integración familiar. Lo importante es no perder el balance, pues la cantidad de tareas debe ajustarse a la edad y nivel del estudiante. Los expertos recomiendan, por ejemplo, que un niño entre primer y tercer grado no debe demorar más de 30 minutos por día en atender sus encomiendas escolares, mientras que en la segunda etapa de la primaria, este tiempo no debe ser mayor de una hora.

Obsesionarse con que tu hijo saque, constantemente, espléndidas notas es ciertamente patológico y contraproducente. A mi juicio, lo ideal es que el niño comprenda lo estudiado sin necesariamente recurrir a la memorización y, paralelamente, disponga de ratos ociosos para asuntos deportivos y culturales propios de la niñez. Tristemente, no todos los maestros están capacitados para entender y ejecutar este concepto. Los niños y sus padres deberíamos poder evaluar y reprobar, también, a los docentes deficientes. El escritor William Arthur Ward decía, “El educador mediocre habla; el buen educador explica; el educador superior demuestra; el gran educador inspira”.


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