Todos conocemos en alguna medida la historia de Moisés. Los judíos, después de haber emigrado desde Canaán hasta Egipto para superar la hambruna, fueron esclavizados durante cuatro siglos. Esto no bastó para controlarlos, su crecimiento fue muy rápido. Entonces, según relata la Biblia, un faraón decretó el exterminio de los niños varones recién nacidos. Una mujer hebrea dió a luz, y burlando la orden real, cuando ya no pudo esconderlo, puso a su hijo en una canastilla y lo depositó en el río Nilo. La princesa fue a bañarse al río junto con sus doncellas. Descubre la canastilla y adopta al niño, que se llamará Moshé (Moisés: salvado de las aguas).
La princesa permite que una mujer hebrea (la verdadera madre, por detalles que Ud. podrá leer en el Exodo), le cuide el niño, el que luego, cuando se haga grande, deberá ser educado en la Corte. De este modo Moisés recibe lo mejor de la educación egipcia. Pero conoce también al pueblo hebreo. Y se compadece.
Un día observa a un egipcio maltratar a un hebreo. Mata al egipcio y lo entierra en la arena. Pero la noticia se difunde, y él se ve obligado a huir. Durante mucho tiempo vivirá en el desierto, se casará y pastoreará el ganado. La cima del Horeb le atraía. Y asciende al monte atraído por una misteriosa fascinación. Allí descubre el milagro portentoso: una zarza que arde sin consumirse. Y la voz de Dios que le llama: Moisés, retira las sandalias de tus pies porque pisas tierra sagrada... Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob. Dios le habla de sus raíces, de su genealogía, y también del compromiso que Dios ha adquirido con sus antepasados.
Guiado por Dios, Moisés condujo al pueblo a través del desierto durante 40 años. Y no le fue dado entrar a la Tierra Prometida, por disposición divina, sino contemplarla desde las alturas del Monte Nebo, donde murió.
El tema de esta historia, según Robert Ellsberg: no es sencillamente la gloria de Dios. sino la liberación de un pueblo oprimido la voluntad de Dios de hacer de ellos una nación conocida por su santidad y justicia. Así, Moisés refleja la fusión paradigmática de lo místico y lo político.
Esto plantea varias interrogantes: ¿Interviene Dios a la historia? La Biblia es eso, la historia de una intervención de Dios en la historia humana, al punto de volver sagrada la historia. ¿Se comunicó Dios con un hombre? La historia de la mística no es otra cosa, y la experiencia diaria de muchos místicos (a los que Dios santifica) sigue acreditando que aquí hay una comunicación misteriosa. ¿Por qué fue suscitado Moisés? Si damos por verdadero que Dios existe y se comunica (y por lo tanto de que nuestras oraciones tienen sentido) entonces parece ser que fue escogido por ser un hombre normal, incluso con limitaciones (era tartamudo). Así brillaría más la gloria de Dios ante el faraón y cada hombre vería accesible la posibilidad de su comunicación con la divinidad.
Aunque el tipo de relación de Dios con Moisés y san Pablo no tiene parangón en la historia, como dice santo Tomás de Aquino -y esto tal vez debido al rango de la misión de ellos-, sin embargo, hay muchos detalles que muestran algo del misterio que interroga a todo hombre. No puede el hombre ver a Dios y seguir viviendo, porque la contemplación de su esencia beatifica y transforma nuestra vida y naturaleza. Por eso Moisés se cubre la faz. Pero sabe que Dios está allí para él y él para Dios. Algo nuevo, una conversión ha empezado en su vida, que transformará su existencia personal y la de la humanidad. Se revela la punta del misterio.

