Juan C. Ansindrjcal@psi.net.paLa Biblia protestante, así como la Torá judía, pueden leerse e interpretarse libremente, no así la católica. Esta debe ser interpretada en un solo sentido, el dispuesto por la Iglesia a través de un censor deputatum. Para distinguir una Biblia protestante de una católica debe observarse en las primeras páginas dedicadas a los datos de la editorial y al origen de la traducción, la inscripción que titula este artículo y que quiere decir: sin objeción. Es un sello de pureza doctrinaria y de legitimidad tanto en su contenido como en su explicación (exégesis), pero también se trata de una forma compulsiva de censura.
La pregunta que surge es la siguiente: ¿qué sentido tiene la ética en una sociedad cuya moral se basa en principios relativistas pragmáticos? Si aceptamos que la moral se fundamenta en la noción de los valores que la conciencia adopta según la tradición cultural y las nuevas costumbres en boga, la norma que la regula o el vehículo que la interpreta y dirige, es decir la ética, debiera sufrir las mismas consecuencias que la sociedad donde tales cambios se originan. Hoy la humanidad entera –la civilización y las distintas culturas que la integran– no es la que era en el tiempo de Abraham, Jesús o Mahoma, ni de Ciro, Alejandro o Napoleón. Aunque algunos permanecen vigentes, la mayoría de sus valores y objetivos originales han cambiado. A veces para bien y otras para mal, según sea quien sostenga la espada o pruebe su filo.
La moral se entendía como la o las virtudes que distinguían a diferentes pueblos o culturas. Así pues la cultura egipcia, la siríaca o la judía, se diferenciaban, entre muchas otras características, por los distintos conceptos acerca de lo que era bueno y malo. Tales distinciones tenían su origen en una moral fundamentalmente religiosa y en menor grado en una ética filósofo-antropo-sociológica. Fue con los griegos y fundamentalmente a partir de Aristóteles cuando la ética adquiere importancia filosófica sustentada en un orden secular –no religioso– centrado en la naturaleza humana. A partir de allí se distingue una interpretación laica tanto del pensamiento como de la conducta que condiciona cada uno de los actos humanos (Jürgen Habermas).
El relativismo pragmático opina que cada cosa tiene un valor no absoluto, nada es o puede ser absolutamente bueno o malo sino en relación de quien lo percibe o de donde se origine (Gianni Vattimo) y en especial de los beneficios que se obtengan (Charles Peirce). La ciencia misma cambia de paradigma, ya no es procedente buscar la verdad absoluta (irrefutable) tampoco se la considera a esta como un objetivo científico legítimo, pues el objetivo que la ciencia debe perseguir es la refutabilidad o verificación de sus afirmaciones finales (Karl Popper). Puesto que tal absoluto no existe, solo interesan los hechos y éstos valen solo por la interpretación que del análisis de sus evidencias se haga.
En el campo político donde las arenas son más movedizas, declarar una guerra preventiva por razones engañosas puede ser hoy admitido como un objetivo ético legítimo si el fin perseguido tiene un bien oculto preestablecido (Leo Strauss). Este cinismo maquiavélico es la corriente filosófica que nutre el think tank de la extrema derecha estadounidense enquistada en el poder de una forma peligrosamente similar al nacionalsocialismo alemán que dio origen al desastre del tercer Reich. Hecho reconfirmado por la reelección del señor Bush y que ha conmovido los cimientos de la realidad estadounidense y del resto del mundo, particularmente en Estados Unidos, donde los principios éticos seculares del liberalismo político del norte industrial fueron derrotados por la ideología pragmática de los nuevos teólogos relativistas, opuestos a la libertad de la investigación científica y obstinados censores de su aplicación tecnológica y anatemizadores del matrimonio entre parejas homosexuales, argucias estas, utilizadas con notable éxito por "el arquitecto" de la reelección: Karl Rove.
En los países mayoritariamente protestantes acumular riquezas, aun en forma ilimitada, es tenido como un don divino, pues la riqueza según la libre interpretación de la norma ética de la Biblia cristiana –particularmente la de los presbiterianos puritanos– es una virtud para emular e incentivar. En cambio para un católico, la acumulación o la simple ostentación (aunque en realidad no se la tenga) de riqueza no es una virtud sino un impedimento. La discutible interpretación católica textual de que es más difícil para un rico entrar al reino de los cielos que un camello pase por el ojo de una aguja, ha hecho parte de esta injusta presunción moral sobre la riqueza. Curiosamente el enfrentamiento entre capitalistas y comunistas ha tenido también una pugna teológica entre creyentes y no creyentes. Para los musulmanes la riqueza es también un don divino pero todos sus bienes, deben ser estricta y solidariamente compartidas, incluso su casa.
La confrontación entre el occidente judeocristiano y el Medio Oriente islámico originalmente provocada por circunstancias políticas, económicas y sociales, ha derivado en un conflicto que revela un trasfondo cultural, ético religioso, doctrinariamente contrapuesto. Aunque en el campo de batalla se esgriman estas banderas, la mayoría del mundo halla que esta confrontación carece de legitimidad moral por ambos bandos. El fundamentalismo religioso es el acicate que la alimenta y sostiene, pues su única arma de destrucción masiva es el fanatismo que impulsa al suicidio masivo de sus creyentes y por la otra parte, la desmedida ambición económica origina desigualdades muy difíciles de aceptar aun para el más pacifista de los humanos. Haría falta que una organización con principios éticos seculares basados exclusivamente en los derechos humanos, como las Naciones Unidas, tenga el poder material de un Nihil Obstat definitivo para hacer acatar sus mandatos en pos de la paz y la justicia internacional: (su)misión original.
El autor es médico