Juan Luis Guerra regresó el jueves con su espectáculo, a una tierra rendida por generaciones al merengue apambinchao. Pero Panamá todavía reclama al renovador que haga por nuestra música, lo que Guerra hace por la suya.
Hace cuatro décadas, la censura oficial le cayó a los merengues A lo oscuro y Menéalo, que tiene el azúcar abajo, cuya picardía hoy celebran hasta cavernícolas. Cuco Valoy, Joseíto Mateo, qué decir de Johnny Ventura y Wilfrido Vargas, cimientan nuestra tradición merenguera y abren camino para el mayimbe Villalona, Los Kenton, Los Rosario, Cepeda y toda la invasión de los 80, pero que llega y se va.
Acostumbrados nos tuvieron a que el merengue era una fiesta sólo para bailarlo, nunca para pensarlo. Pero desde la primera vez que lo escucho, sonoridad y lírica de Juan Luis me vuelan la cabeza. No imagino cómo pasar incólume por el delicado erotismo de Mientras más lo pienso Tú, De tu boca, la fina sátira de El Niágara en bicicleta y, sobre todo, Ojalá que llueva café, quizás la canción más conmovedora que haya escuchado.
Este quisqueyano nace en un barrio pobre, jugador de billar, montador de guagua, pero estudia en la universidad estatal (según Me enamoro de ella, 1987). Se hace de una beca, y con suma dificultad, se forma en Berklee, una de las universidades bravas. Entonces experimenta fusionar otras corrientes con la música tradicional dominicana.
Durante la conquista, la fusión de formas musicales africanas y europeas, en Panamá da origen al tamborito y torrentes de cantadera de décima como el gallino. En el Caribe, al son, cumbia, merengue, guaguancó, y a toda una familia que de allí nace. Su descendencia, bolero, bachata, mambo, afrojazz, tamborera, salsa, samba, proviene del mismo tronco.
Abrir la música tradicional a influencias implica enfrentar a puristas reticentes al cambio, como desechar a esnobistas improvisados. Exige dar con aquella sonoridad distinta, sin perder la raíz original. Pero sobre todo, estar dispuesto a morir de hambre, por no sumarse a la corriente comercial simplista. No pocas dificultades enfrentan los renovadores Astor Piazzola en el tango, Rubén Blades en salsa, Silvio Rodríguez con la nueva trova, y el mismo Guerra.
Juan Luis incorpora corrientes modernas al merengue, potenciando la raizal sonoridad apambinchada. Trae lo más excelso del pop, del jazz, son cubano, coros yoruba, del reggae, rap, calypso. Reincorpora la guitarra. Monta la canción sobre el batir frenético de tambora y güiro dominicanos, y un par de saxos de tempo endiablado, para empinarla con la sabrosura tradicional del merengue y la bachata.
Panamá dispone de una popular cumbia, entendida como la mayor influencia cultural que está moldeando nuestra alma nacional. Aunque plena de acordeón, desecha la sonoridad de tambores folclóricos y churuca de calabazo. Incluye tumbas cubanas y güiro dominicano, que restan originalidad, pero otorgan potencia. Ni aú n así logra éxito rotundo en mercados internacionales, dado que carece de visión y calidad de exportación.
Talentosos músicos y compositores típicos padecen de ceguera musical: no leen siquiera una nota. Ni disponen de escuela suficiente ni la añoran. Declaran, casi como gracia, tocar de oído y resistirse a estudiar porque les mata la creatividad. Sólo cuando es sustentada sobre formación, trabajo y visión, al estilo Juan Luis, la fama resulta internacional y de relativa permanencia.
En un medio donde el éxito del momento es Oiga el viejo pa jodé, la canción hace rato está en crisis. Revuelvo la mirada y encuentro borrosos los legados de Miró, Ricardo Fábrega, Arturo Hassán, Carlos Eleta. El poeta Gaspar Octavio extinguiría con febril desasosiego a nuestros compositores. La poca excelencia lírica que resta hubo de refugiarse en décima y poesía. Vergüenza da que la música típica con lírica digna sea de autores colombianos, salvo honrosas excepciones.
Nuestros productores, por su parte, concluyen que en vulgaridad y banalidad está el éxito comercial. Estamos deviniendo en el país de morones culturales que nunca fuimos, por culpa de las instituciones formadoras, inclusive la familia, que ya ni presentan batalla o que consideran que la clave es censurar.
Es demasiado grave que aquí no exista un Juan Luis Guerra, léase personaje, institución o empresa, que abra el pindín a las mejores influencias, y que caiga un aguacero de yuca y fe que dignifique nuestra cumbia.
(El autor es investigador de mercados)

