Aquellos que se oponen al ordinariato castrense deben documentarse sobre la historia de las fuerzas armadas y, en especial, de su evolución en el ejercicio de los gobiernos en Latinoamérica. Parte de sus cuestionamientos pueden ser resueltos por libros como Las raíces torcidas de Latinoamérica de Carlos Alberto Montaner, que relatan cómo las naciones europeas enviaron fuerzas armadas para reclamar y acoplar a los exploradores a los designios de sus virreinatos, estableciendo los lineamientos que, por derecho canónico, les eran conferidos a los reyes.
Lo cierto es que fueron estos poderes especiales, otorgados a las fuerzas armadas, los causantes de la evolución anacrónica de los actuales movimientos militaristas en Latinoamérica, que en conjunto con una burguesía corrupta (también heredada de las colonias) han prevalecido desde la conquista hasta la fecha.
Está más que documentado que la génesis de la influencia militar desmesurada, que desde siempre han ejercido el poder en los países más atrasados de occidente, está basada en una tradición donde los cuerpos castrenses representaban la ley de los reinos europeos.
La corrupción del cuerpo militar se da cuando, a falta de leyes y lineamientos éticos, la misión se tergiversa. En el caso de Latinoamérica, las fuerzas castrenses adoptan ideologías políticas y causas sociales que, conjugadas con su tradición de poder, atentan contra lo que desde la colonia determinan ellos como rebeldes o sediciosos.
El desmantelamiento o reestructuración de las fuerzas armadas en nuestras regiones, para corregir las taras generacionales, no es eficiente ni efectivo. Latinoamérica es una región violenta, ni hablar del resto del planeta; por mucho tiempo será necesario vivir con policías y militares.
La modernización de las fuerzas armadas se ha convertido en un paliativo para la concienciación del militar, sin tomar en cuenta que la mayor parte del cuerpo castrense es “tropa”, que al igual que cualquier poblado civil puede ser mal tutelada por caudillos inescrupulosos.
Solo iniciativas como el ordinariato castrense pueden generar cambios efectivos dentro de los cuerpos militares latinoamericanos, pues como bien lo enmarca la historia, esta iniciativa devuelve nobleza, conciencia, disciplina republicana y sumisión al Estado y a las fuerzas del orden que, de forma equívoca, se sienten herederas del poder tradicional de los virreyes.
Por otro lado, podemos darnos cuenta de que los intelectuales que se oponen a la creación de un orden ético castrense son conscientes de la historia y están anuentes de las actuales necesidades con respecto a seguridad.
Luego, es lamentable que sea tan evidente el hecho de que están apalancando sus ambiciones por protagonismo, desconociendo una alternativa inminente de solución. Las fuerzas armadas occidentales son herederas de la tradición y disciplina de los cuerpos militares romanos, tradicionalmente organizados para defender las naciones y establecer el orden social. Contravenir la posibilidad de defender la propiedad, renunciando a su perfeccionamiento ético militar, es renunciar a lo poco que tenemos.
