Me refiero a los tímidos, esas personas que no se fían demasiado de sí mismas y van por el mundo con temor a meter la pata. Que, precisamente por todo esto, tienden a evitar el contacto con los demás, a veces en los casos más graves hasta el punto de terminar en un alejamiento social que lejos de satisfacerles les hace sufrir.
Y es que muchos de ellos no pueden soportar la angustia del aislamiento progresivo al que ellos mismos se han condenado, y al que irremediablemente les empuja una sociedad que no se anda con contemplaciones con los aparentemente más débiles.
A los que de tímidos no tengan un pelo, les cuesta entender cómo el contacto con los demás y realizar determinadas acciones puedan suponer tanto esfuerzo. El tema, desde luego, no es fácil. Por mi parte, al igual que muchos psicólogos de línea conductista, siempre le he atribuido la culpa a la influencia de modelos parentales o a determinadas actitudes de quienes intervienen en el proceso educativo. Sin embargo, los últimos estudios apuntan a una dirección distinta. Ya antes de la cuna se habrían forjado ciertos factores determinantes.
Tímidos de nacimiento Al menos, eso es lo que ha sido publicado hace poco en una reconocida revista científica, según la cual, la timidez tiene unas raíces fisiológicas concretas. Según científicos de la Universidad de Harvard, una región del cerebro llamada amígdala sería la protagonista. Porque apuntan ellos un desarrollo diferente de ella contribuye a que ciertos niños sean más inhibidos ante aquello que no conocen.
Y para demostrar su teoría seleccionaron a un grupo de pequeñines cuyos resultados en un test psicológico, llevado a cabo cuando tenían apenas dos años, les definía como tímidos. Veinte años más tarde se les hizo un escáner cerebral para comparar la actividad de esta región con las de otros voluntarios extrovertidos. Así se pudo comprobar que en el primer grupo la actividad de la amígdala era mayor que en el segundo al ver una cara desconocida. Importante resultado para el director del proyecto, Carl Schartz, ya que en sus propias palabras conociendo estos factores de desarrollo, se puede llegar a intervenir durante la infancia de manera que se evite un sufrimiento posterior en la vida.
No todo es negativo Porque si a un niño vergonzoso se le ayuda y apoya, no necesariamente habrá de convertirse en un adulto apocado. Probablemente en su personalidad siga habiendo signos de timidez, pero ésta no le impedirá realizarse en cualquiera de sus facetas. Además, ciertos niveles de ella incluso pueden ser beneficiosos.
Para empezar, porque suele ir acompañada de prudencia, una característica que a estas personas les ayuda a controlar mejor los impulsos indeseables y les facilita una mejor aceptación social que los que no actúan con tanto cálculo. Por otra parte, también puede derivar en introversión (esa forma de ser que te hace disfrutar de un mundo interior muy rico), algo que aprovechan para profundizar en su creatividad y estimular así la imaginación y fantasía. Por esta razón entre los tímidos se encuentran grandes artistas, pensadores y escritores. Montesquieu, Proust, James Dean y Woody Allen por mencionar algunos.
Por otro lado, aunque en el ámbito laboral se valora mucho la capacidad de comunicación, también en este terreno hay ventajas si el miedo a no dar la talla no es excesivo: encontrar en el trabajo un refugio, mostrar tendencia a ser perfeccionistas y abordar con eficacia las tareas que requieren mayor concentración y esfuerzo, por ejemplo.
Y, aparte de todo esto, se puede agregar que ciertos niveles de este rasgo pueden resultar atractivos porque despiertan en los demás sentimientos de ternura ante la manifiesta debilidad y necesidad de protección. Por eso, algunos tímidos resultan tan interesantes para ciertas mujeres que ven en ellos a alguien a quien mimar y proteger. Una estupenda ocasión para poner en marcha su instinto maternal.
