DOS REALIDADES

Panamá, infierno dentro del paraíso: Luis Carlos Herrera

Según los indicadores de crecimiento económico, las excelentes cifras internacionales y alto desarrollo humano, por encima de países como Venezuela, Brasil, se esperaría que la calidad de vida del panameño fuera todo felicidad. Sin embargo, en medio de todo este “paraíso”, nuestra vida cotidiana es un infierno; levantarse a las 4:00 a.m. para tratar de llegar a tiempo al trabajo, regresar a la casa a las 9:00 p.m. para cocinar, planchar, limpiar y organizarse para el día siguiente.

La llegada de la quincena, en vez de ser un momento de alegría por recibir el pago del esfuerzo realizado, se vuelve un infierno. No alcanza para la comida, la luz, el agua, el teléfono, la vivienda y no sigo sumando, porque me tomaría todo el periódico. No comprendo tantos equívocos en las decisiones de Estado, no sé si pensar que todo es orquestado o es incapacidad. Se pueden esperar errores de los gobiernos, pero cuando son muy repetitivos el análisis no puede dar más que una sola respuesta: “Son unos incapaces”. Sus títulos solo me demuestran que pasaron por una universidad, pero la universidad no pasó por ellos.

Es difícil de creer que los que manejan el Estado no estén claros de las situaciones del diario vivir del panameño, y sigo sin entender la ineptitud y la falta de visión por la forma cómo deciden atender los problemas sociales. Nunca, en nuestra historia republicana, habíamos tenido esta combinación extraña: por un lado, crecimiento económico, buenos indicadores para la inversión extranjera y, al mismo tiempo, la incapacidad de poder utilizar esas ganancias que tenemos como país, para atender los problemas del diario vivir del panameño.

Los problemas que tenemos como país son tantos, que los granos de arena de nuestras playas no son suficientes para enumerarlos. Pero lo más preocupante es que no hay forma cómo lograr que el Estado cambie el rumbo que lleva. Las propuestas de los ciudadanos no son tomadas en cuenta, el presidencialismo se encuentra en su máximo punto de concentración de poder, no se puede acudir a la Corte Suprema de Justicia y mucho menos a la Asamblea Nacional. De la misma forma que me sorprende la ineptitud del Estado, me sorprende la tolerancia de los panameños, aceptamos todo tal y como venga, precisamente, por eso es que el costo de la vida sigue en aumento y nada lo detiene, porque como ciudadanos aceptamos todo.

El Gobierno ha perdido el vínculo con su pueblo, aún tengo la esperanza en que el Estado panameño cambie el rumbo, por el bien de todos, y que logre sacarnos de esta vida traumática que llevamos todos los que vivimos en un infierno, pero al mismo tiempo nos toca ver cómo el país es un paraíso. Solo me pregunto ¿cuáles serán nuestros límites de tolerancia? ¿Hasta cuándo?

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