Los acontecimientos de Bocas del Toro han desenmascarado al Gobierno. El manejo de la crisis en su gestación, desarrollo y situación actual revelan la mentalidad fascista de los jerarcas del gobierno.
Los partidos políticos son expresión de corrientes ideológicas que proponen la forma de interpretar el manejo económico de los estados.
Este gobierno, a pesar de estar conformado por diferentes partidos, ha sucumbido a un dirigente evidentemente poco documentado en ciencias políticas, que ilusamente se hace llamar “no político”, lo que nos sumerge en un empirismo gubernamental destructivo, combinado con la característica de no consultar y despreciar a todo el que no está en su entorno de adocenados y oportunistas, nos tiene profundizando la crisis que vivimos desde el primer gobierno pos invasión.
El desgaste que ostenta el Gobierno producirá que los políticos de primera línea sean degradados por la opinión pública, a pesar del inmoral e ilegal gasto en publicidad. Esta situación arrastrará a los partidos de la hoy -ya revelada- mala Alianza del Cambio. Que figuras pretendidas como Varela Rodríguez, Vallarino Clement y la prefabricada ilusamente del perredista Ferrufino queden en el ostracismo, incluida la de Martinelli Berrocal, no debe preocuparnos, pero que entidades como el Partido Panameñista, nacido de la concepción ideológica centrista de Acción Comunal, sufran igual suerte que estos actores, llama a alarma.
El panameñismo en 1968 sufrió el zarpazo del militarismo, aupado por EU y por sectores de la rapaz oligarquía, viendo en el presidente Arias un elemento no manejable. Hoy, la dirigencia formal del panameñismo, enquistada en el aparato gubernamental de derecha, olvidó la ideología centroizquierda moderada, que por sus orígenes en Acción Comunal debe aportar el Partido Panameñista en esta alianza.
Los eventos de Changuinola, sobre todo la barbarie de la represión del 8, 9 y 10 de julio pasado, ha generado una clarinada de esperanza. Los panameñistas de Bocas del Toro han censurado las actuaciones de los gobernantes, que se resumen en la exigencia de la derogatoria de la Ley 30.
Los gobernantes, incluidos los que se llaman panameñistas, tienen un mentis claro de que el movimiento insurreccional de Changuinola no fue un movimiento de perredistas ni de sindicalistas, sino del pueblo que ve en esa ley atentado a la institucionalidad democrática y a los sectores populares que son los más vulnerables.
Solo pensemos que si entre los 110 muertos y desaparecidos de la dictadura hubiera habido apellidos de los grupos sociales privilegiados en una sociedad injusta, como Varela, Vallarino, De la Guardia, Arias, Galindo, Arango, Navarro, haciendo la salvedad de que es un ejemplo no deseado, y que no fueran solo apellidos como Blanquicet, Moreno, Tenas, Tuñón, Mendizábal, Falconet, Britton, Palacios y tantos otros de estratos populares y al Partido Panameñista, la dictadura no hubiera durado 21 años.
Leyendo entre líneas a los panameñistas de Bocas del Toro veo una clarinada de esperanza; percibo que tienen la concepción de que el panameñismo está en la crisis que está por la desviación ideológica y de principios. Los panameñistas de base, como todos los partidos, están comprendiendo que han sido rehenes de garulillas que secuestran la dirigencia para manejar el poder público en beneficio propio.
El sistema político ha colapsado; la vida pública está en crisis y no hay el mínimo de bienestar a pesar de la propaganda demagógica del gobierno.
De los inscritos en los partidos hay más de un millón de sectores populares o clase media, entonces ¿por qué estos partidos -en función de gobierno- atentan contra ellos y abren el país a ser una piñata de las clases privilegiadas amancebadas con intereses extranjeros? “Panamá para los panameños en función de los más pobres” es uno de los enunciados de la doctrina panameñista que hoy se ha engavetado.
