Panameñismos sí y no

Guillermo Sánchez Borbón El Universal del 25 de enero de 1998, reprodujo un artículo del gran periodista Gil Blas Tejeira sobre los panameñismos que valdría la pena incluir en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Entre ellos Gil Blas, purista moderado, propuso la palabra cabanga (que yo, por recomendación de una persona que conocía muy a fondo el idioma, siempre escribí cavanga; pero que, de ahora en adelante, acatando la autoridad de Tejeira, escribiré con “b”). Copio algunos párrafos del alegato de Gil Blas:

“De todas las palabras que pueden considerarse como legítimamente panameñas, me parece que cabanga es la más expresiva. Es tan corriente y de tanta fuerza este panameñismo, que me causa extrañeza que no esté incluido en el DRA. Augusto Malaret lo trae en su Diccionario de Americanismos, y lo define así: “Panamá. Dulce de papaya. Comer cabanga. Panamá. Sentir nostalgia”. Nostalgia por la patria, nostalgia por una mujer que dejó de querernos repentinamente o que se fue sin darnos ninguna explicación. Hay una palabra brasileña (o tal vez sea portuguesa) que traduce exactamente su significado: saudade.

Estas cuestiones culinarias son muy curiosas. En mi Bocas del Toro natal (que tanto amó GBT, y por la que siempre sintió cabanga) cabanga o cavanga era una galleta de jengibre tan dura, que no había forma de partirla sin que se le partieran a uno también todos los dientes y hasta las mandíbulas. Era preciso (hoy me parece una porquería) ablandarla primero a punta de saliva. Un poema mío de hace muchos años empieza así: “Estoy comiendo un cavangón rancio. Y duro como una suela de zapato”. Pensaba en dos artículos comestibles: en la galleta y en las calabazas, en una de las muchas calabazas que me han dado en mi vida.

Lástima que Gil Blas Tejeira no esté vivo para sentir la satisfacción de leer la palabra incorporada a la última edición del DRA. Y el disgusto de verla atribuida a los ticos: “Cabanga. f. C.Rica. Melancolía, tenue tristeza, añoranza, nostalgia”. En primer lugar, todo el que ha sufrido de cabanga, sabe que no tiene nada de tenue. A veces es tan intensa, que le dan a uno ganas de morirse. En segundo lugar, no fue acuñada originalmente en Costa Rica, sino en Panamá. Yo, que soy medio tico, lo sé mejor que nadie. En aquel país, la cabanga es un panameñismo de reciente importación.

Otra palabra que Gil Blas quiso que entrara al Diccionario por la puerta principal, no por la de servicio -como ha ocurrido-, es ahuevazón. GBT transcribe y descarta las diversas definiciones que se le han dado. El no tiene que entrar en detalles, porque escribe para lectores panameños, todos los cuales entienden, y conocen perfectamente, su sentido. A ningún panameño tienen que explicarle qué es un ahuevado. Todos nos tropezamos a cada rato a cada rato con ellos. El nuevo diccionario, al tratar de desinfectar (o quizás adecentar) el término, le quita la espoleta: “Ahuevazón.f.Pan. Embobamiento, necedad”. Esta definición es el mejor ejemplo de ahuevazón que conozco. Para empezar, lo despoja de toda connotación obscena. Hay dos argentinismos que son el equivalente exacto de nuestro término: boludez y pelotudez (¿o será boludés y pelotudés? A lo mejor la próxima edición del DRA nos saca de dudas, o las ahonda).

A propósito. En Buenos Aires teníamos una familia vecina, cuyos hijos, muy pequeños, se habían encariñado con los estudiantes de medicina que vivían en los otros apartamentos. Eran dos niños preciosos. El mayor, de unos cuatro años de edad, tenía cara de ángel y vocabulario de carretonero (casi todas las malas palabras que sé me las enseñó él). Su insulto preferido era pelotudo, que en ese tiempo -hoy tan lejano- no usaban las personas decentes. La madre no sabía qué hacer. Hasta que una amiga le aconsejó que lo metiera en una escuelita de párvulos regentada por unos educadores alemanes (los alemanes siempre han tenido fama de estrictos y de severos) para que le lavaran la boca con agua y jabón cada vez que se le saliera una palabrota. Eso fue lo que hizo la pobre mujer.

Dejé de ver al niño durante casi una semana. Un domingo entró en mi cuarto y me despertó con este saludo:

-Guten morgen, pelotuden.

Evidentemente los alemanes le habían modificado (o afinado) el vocabulario.

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