El Pavarotti que yo escuché

Fue así como en el año 1985 me gradué de música con especialidad en la música vocal en el Instituto Nacional de Música en Panamá, luego de 10 años consecutivos de estudios.

Tuve la oportunidad de seguir mis estudios por tres años en el Conservatorio de Hamburgo y luego seguidamente por dos años en el Peabody Conservatory de la Universidad de Johns Hopkins en Baltimore, Maryland.

Rememoraba además las veces que había tenido la oportunidad de ver y escuchar al gran tenor lucirse apoteósicamente en grandes escenarios, y sentía sumo orgullo de poder oírlo una última vez en mi país.

Al abrir el programa de mano no tuve ninguna objeción en la escogencia del repertorio. Era obvio que este no demandaba ningún esfuerzo extraordinario, pero pensé: Pavarotti es Pavarotti y puede darse el lujo de cantar lo que quiera. Soy consciente de que hacer una gira de varios días por países de diferentes climas, no es el mejor panorama para la garganta de un cantante, y sencillamente qué importa el grado de dificultad del programa si la presentación es impecable. Además, yo iba a disfrutar de una linda noche y una velada que prometía ser muy agradable.

Les confieso que no estaba preparada para lo que escuché ese día. ¡Qué tristeza ver al ídolo de multitudes, al hombre que había llevado el canto a sus momentos más gloriosos, cometer casi todos los errores escritos en el libro de los cantantes! ¿Por qué? Me dediqué entonces el resto de la velada a buscar excusas que pudieran justificar lo que estaba sucediendo y de esta manera poder yo disculpar al maestro.

Comienza la primera canción haciendo un "extraño", el cual justifico inmediatamente presumiendo que es el primer impacto que reciben las cuerdas vocales. Además, sé que en esas primeras notas siempre está presente el normal miedo escénico.

En las canciones siguientes hay notable falta de aire, y lo justifico rápidamente por el exceso de peso que presentaba el tenor, lo que lógicamente dificulta el control del diafragma. Pienso y deseo que en la siguiente canción pueda hacer acopio de su técnica legendaria y poner este problema en jaque. ¡Vaga ilusión! En los planíssimos se notaba este problema de forma más crítica, ya que por falta de aire dejaba caer las notas por debajo de su tono. Aquí ya hace falta una justificación más seria y decido darle todavía otra oportunidad a fuerza de cariño y reverencia, antes de hacer un juicio desfavorable. Pero no tenía idea de lo que vendría.

En el dúo final con la soprano, la cual sí tuvo una participación impecable, entra el maestro fuera de tono. ¡Dios del cielo! Para este error, lamento decirles que hasta hoy no encuentro justificación. ¡Qué pena verlo cantar compás tras compás fuera de tono!, y por fin recurrir al pianista para que lo ayudara a salir del atolladero. Comprenderán que pasé un intermedio angustioso después de este final de la primera parte del programa verdaderamente de infarto.

En la segunda parte nos deja escuchar de vez en cuando el mágico color de su voz cuando lograba líneas fluidas. En varias ocasiones olvidaba la letra, a pesar de que todo el concierto lo realizó con partituras colocadas en un atril delante de él. El olvido de las letras, a pesar de las partituras, lo justificaba aduciendo que no tenía anteojos puestos y quizá no veía bien.

Pavarotti termina la segunda parte con la última nota de la última canción en un pianíssimo fuera de tono. En este punto me levanté y salí del lugar, ya que no toleraba pensar lo que iba a pasar en los encores.

Después de vivir cualquier experiencia buena o mala, necesito aprender algo de ella y sacarle provecho por medio de una lección. ¿Qué aprendí yo en esta noche? Definitivamente la lección principal es que hay que saber decir ¡basta!

Hay que reconocer en qué punto el camino recorrido, por más glorioso, satisfactorio y edificante que haya sido, llega a su final, y sencillamente escoger entre otros muchos caminos que la vida nos ofrece, uno en el que podamos, en una nueva ruta, lograr otros éxitos y satisfacciones.

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