El regreso a casa no se dio como Pablo Eche había soñado. Después de 15 meses en una clínica de rehabilitación combatiendo su adicción al paco, droga altamente adictiva que ha consumido miles de vidas en este país, Eche regresó a Ciudad Oculta, barrio pobre en las afueras de esta ciudad.
Sus familiares, incluida su madre, Bilma Acuña, activista comunitaria en contra del paco, le dieron la bienvenida.
Sin embargo, su amor no bastó. A las pocas semanas, abrumado por la depresión a causa de que no lograba encontrar un trabajo con el que pudiera mantener a su hijo e hija, recurrió de nuevo a la droga.
Descalzo y sin camisa, con las costillas sobresaliendo de su delgado torso, caminaba arrastrando los pies e iba cubierto solamente por unos shorts rojos de fútbol dentro del comedor de suelo de concreto.
“Esto es lo que me acompaña ahora”, dijo Eche, al tiempo que sus ojos se disparan nerviosamente en una y otra dirección, refiriéndose a la droga. Tampoco me promete nada, absolutamente nada. Durante más de cinco años, Eche ha sido un esclavo del paco, droga fumable que se hace con fragmentos de residuos de cocaína mezclados con solventes industriales y querosén o veneno para ratas. Clasificado por políticos como el azote de los “pobres”, esta droga se ha convertido en el mayor desafío que encaran caseríos miserables como Oculta.
A finales del 2007, cuando este reportero visitó por vez primera a Eche en la clínica de rehabilitación, él habló con mirada clara acerca de los peligros del paco. Dignamente, relató sus sueños de conquistar su adicción, conseguir un empleo y comprar otra casa luego que hubiera destruido la última y rematado la tierra para financiar su consumo.
Pero, de vuelta en Oculta, Eche, de 27 años de edad, estaba viviendo como un vampiro, evitando la luz solar y aventurándose al exterior en la noche, en busca de los intensos, aunque breves, levantones del paco. Su peligroso estilo de vida lo puso en conflicto con la policía, y logró evitar la cárcel solamente después de registrarse en un hospital psiquiátrico.
La madre de Eche contribuyó a formar “Madres contra el paco”, que intenta salvar a los jóvenes para que no caigan. Sus ojos se nublan de tristeza cuando habla sobre su hijo. “Él alberga mucho odio”, dijo Acuña. Cada vez que vuelve de tratamiento es peor, ya que él no tiene nada, ni trabajo. No hay nada que él pueda hacer.
