Me miraba directo a los ojos. Me miró primero indignada, luego afligida y, por último, desconcertada. Y justo luego de terminar de gritarle las barbaridades más horrendas que se me ocurrieron en esos pocos segundos de locura desenfrenada, ambos regresamos a nuestro asiento y con un semblante que denotaba preocupación, pregunté: ¿Por qué? "¿Por qué me fue tan fácil insultarla de esa manera si ni siquiera la conozco?".
La verdadera historia del partido de fútbol entre las selecciones de Panamá y Colombia no está en el desequilibrado marcador, sino en que siendo seres racionales y responsables decidimos ofender la dignidad de aquellos inmigrantes colombianos que asistieron a un simple e insignificante partido de fútbol.
Todo empezó con los cánticos colombianos después del primer gol. "Panamá, Colombia tu papá". Algunos fanáticos que conocen el fútbol colombiano saben de primera mano que éste es un cántico bastante común en el fútbol "paisa" y que usualmente se usa entre los clubes de la primera división colombiana o en torneos intercontinentales como la Copa Libertadores. No existía ninguna mala intención de los fanáticos colombianos más que enaltecer a su equipo. Sin embargo, la fanaticada panameña no les dio por un segundo el beneficio de la duda.
Nuestra respuesta no fue proporcionada. Nuestra respuesta estuvo cargada de odio y furia características de las más bajas pasiones. Con un impulso séptico y vil a sus hombres les gritamos "asesinos y narcotraficantes", a sus madres "prostitutas y ladronas" y a sus hijos "pendencieros e invasores".
Lamentablemente, debo decir que caí de lleno en este pútrido circo y repetí cada improperio como si estuvieran incrustados en mi alma. No lo están. Me siento avergonzado y me gustaría que mis compatriotas compartieran conmigo esta vergüenza.
"Invasores"... Siendo alguien que vivió en el extranjero sé de primera mano lo hiriente es que un nacional lo haga sentirse a uno rechazado en un país al que has llegado como invitado. Debo decir que tuve la suerte de no pasar una experiencia tan terrorífica como la que experimentaron los colombianos la noche del juego.
Afirmo sin tapujos que pienso que la inmigración colombiana ha sido descontrolada. Creo firmemente que es una responsabilidad nacional establecer un visa para la gente que viaja de ese país a Panamá y sería falta de sentido común no ver el alarmante incremento de crímenes violentos como consecuencia de de este desplazo incontrolable.
Dicho lo anterior, quiero dejar claro que no tenemos derecho a insultar y vejar a los ciudadanos colombianos y de ningún otro lado, como lo hacen los peores grupos radicales y totalitarios que todos alguna vez hemos criticado. Por orgullo nacional o por decencia humana no podemos odiarlos así.
Los colombianos son una realidad nacional y no van a desaparecer. Todo lo contrario. Establecerán sus raíces en este istmo y formarán permanentemente parte de nuestra vida cotidiana.
Aquellos que por un mes quemaron las calles parisinas y aquellos que asesinaron a decenas en los ataques terroristas de Londres, germinaron del rechazo nacional e institucional que recibieron por parte del país en donde nacieron y crecieron, pero del que jamás los hicieron sentir parte.
No caigamos en estos errores. Nuestras acciones hoy harán eco en las generaciones futuras y está en el más intimo interés nacional que alguna vez esta gente pueda sentirse en su hogar.
Por eso, hoy, de mi parte, y de la de mis compatriotas, les doy mis más sinceras disculpas. Perdón, señorita colombiana. Usted se merecía algo mejor.
