LÍMITES SANOS

Perdonar para empezar a sanar

Una cálida mañana de agradable brisa tropical, la autora de mis días y yo conversábamos en un lujoso hotel en el sur del continente. No recuerdo exactamente qué dije; el asunto es que ella esbozó una sonrisa y expresó una frase que quedó dando vueltas en mi cabeza.

La ciudad era Cartagena de Indias y el año, 1999. Sin percatarnos, la conversación se enfocó en el perdón. Mi madre aseveró que perdonar no es olvidar porque si así fuese sufriríamos de amnesia. Recordé que muchos hemos creído que perdonar es olvidar.

Después de esa plática, introspecciones y cavilaciones, dejé de creer que perdonar es olvidar. Mi madre tiene razón porque perdonar no es olvidar sino traer algo a la memoria pero sin dolor. Evocar palabras ajenas o lo que nos hicieron sin querer torcerle el pescuezo al ofensor.

¿Cuál es la etimología de perdón o perdonar? En griego koiné es afesis y denota despido, liberación. Perdonar es soltar o liberar al que dañó o dijo algo indebido. Cuando perdono suelto el cuello al otro; le dejo libre. Además de dañar emocional y físicamente, el resentimiento, el rencor y el odio producen el efecto contrario deseado, porque mientras anidas emociones suicidas el objeto repudiado vive indiferente.

No nos engañemos. Perdonar o pedir perdón cuesta pues el ego queda malherido o se ensoberbece. Es complicado perdonar al que lesionó el honor, afectó intereses o destruyó a un ser amado. Sin embargo, no hay cosa más enrevesada que perdonarse uno mismo; aceptar que me equivoqué y liberarme a fin de escapar de la prisión de gruesos barrotes llamada “perfección”. Creencia narcisista que impele a pensar que somos omnisapientes e inerrantes. Sin ser excusa para la insensibilidad al mal del prójimo y la mediocridad, vale reconocer mi imperfección y perdonarme lo que hice o manifesté mal.

Antes de perdonar a otros, debo perdonarme a mí mismo. No hay garantía de que una mujer viva conmigo toda la vida. Pero está cien por ciento garantizado que viviré conmigo el resto de la vida. De modo que es imperioso hacer las paces, primero, conmigo mismo.

Luego de perdonarme, debo perdonar a mis padres o tutores por lo malo que hayan hecho o las locuras que en rabia me dijeron. Hay muchísimos hijos resentidos y llenos de odio contra sus papás. Quizá los viejos estén tres metros bajo tierra, pero mi niño interior se ahoga en rabia y odio contra ellos. Es tiempo de soltarles para sanar.

En otros es tal el daño que provocaron sus padres a su niño interior, que en la adultez les cuesta ver el perjuicio que les causaron; precisando que los desmitifiquen para sentir y expresar lo que han reprimido (en general, es odio, rabia, resentimiento) para sanar. Es una falacia que Dios condena por admitir que sentimos resentimiento u odio por nuestros padres. Dios no espera perfección de nosotros, pero sí honestidad y perdón. ¿Acaso no enseña el Padrenuestro “perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”?

El perdón hacia mí y mis padres es cura de emociones. Si un progenitor o los dos obraron mal, o abusaron de su hijo (o hijastro) sexual o emocionalmente, es natural que haya rabia, odio y suma tristeza en el corazón del niño de ayer, hoy adulto. Raro y preocupante sería la ausencia de emociones; lo realmente importante es qué haré con ellas. Si una situación vivida en mi niñez o adolescencia fija los términos de mi conducta hoy, sabido es que emocional y sicológicamente estoy estancado. Todavía soy un niño o adolescente aunque tenga cien años. ¿Permitiré que esas emociones suicidas me destruyan? ¿Viviré amargado toda la vida? ¿O las sacaré canalizándolas bien para sanar? Innumerables son las enfermedades físicas frutos de añejos conflictos emocionales.

Por mi bienestar debo perdonar al agresor, aunque no haya reconocido sus faltas, algo muy típico de gentes soberbias y pequeñas de espíritu. Como dice el Dalai Lama, “si no perdonas por amor, perdona al menos por egoísmo, por tu propio bienestar”. Es decir, si no quieres o no puedes perdonar –es natural que no sientas amor por quien te dañó– hazlo por ti; por tu salud emocional.

Toca perdonar para sanar. Perdonar sin exponerme a que me vuelvan a abusar. Pongamos límites sanos, no murallas. Si coloco un muro, no he perdonado. “Te perdono, pero ya no será igual que antes” es la clásica condición de quien no ha perdonado. Insisto, la primera divisa de perdón para hacer efectiva es perdonarme a mí mismo. Perdonarme por errores cometidos y aceptarme como soy.

Perdonémonos el pasado para vivir el presente, pues no soy culpable por lo que de niño me pasó, pero soy responsable de mi sanación interior hoy.


LAS MÁS LEÍDAS

  • Ministerio Público investiga presunta corrupción en el otorgamiento de trabajo comunitario a La Parce. Leer más
  • Días feriados y fiestas nacionales en Panamá 2026: Calendario detallado. Leer más
  • Detienen a sujetos vinculados al Tren de Aragua y desactivan minas. Leer más
  • Grupo Cibest acuerda vender Banistmo en Panamá a Inversiones Cuscatlán. Leer más
  • Cuarto Puente sobre el Canal de Panamá: así será el Intercambiador del Este en Albrook. Leer más
  • Denuncia ante el Ministerio Público frena contrato millonario de piscinas que firmó la Alcaldía de Panamá. Leer más
  • Segunda quincena y bonos: jubilados y pensionados recibirán triple pago. Leer más