Personas agnósticas

Néstor Jaén S.J. Acabo de tener una experiencia muy interesante. Hace dos semanas fui el guía espiritual de una peregrinación religiosa a Europa y resultó que el guía turístico era un joven agnóstico. El lo manifestó con toda sinceridad. Su padre es un católico español no practicante y su madre una luterana de Alemania, tampoco practicante. Este joven nos acompañó en Fátima a una misa, la primera a la que asistía en su vida y le impactó mucho, sobre todo al ver la fraternidad de las personas y el influjo positivo de la fe en sus vidas. Tuvo una dificultad en la gira y prometió (¿a quién?) que si salía bien del problema asistiría a otra misa en Loyola, la tierra de San Ignacio. Así sucedió y el joven siguió la misa con gran atención. Al final de la gira nos pidió que cantáramos para él una canción en honor de la Virgen María que le había gustado mucho. Terminamos siendo amigos y con el propósito de intercambiar correspondencia.

Este caso me brinda la ocasión para hablar algo sobre las personas agnósticas. Ellas muchísimas veces no están contra Dios, sino que manifiestan un “quizás” que ni afirma ni niega su existencia. Sencillamente, dicen ellas, es algo que no se puede demostrar científicamente y punto. Por lo que conozco, también es bastante común en el agnosticismo el quejarse no tanto de un Dios del que se duda, sino de las instituciones eclesiásticas por sus posturas en diversos asuntos morales, científicos o sociales. Pero esto se da también entre personas creyentes. Para mí el problema para una sana tolerancia no es tanto la diversidad de posiciones, sino la manera como se maneja esta diversidad: ¿con respeto o con epítetos insultantes contra quienes no piensan como yo? La diferencia entre ambas actitudes es abismal en esta era del diálogo.

La postura agnóstica serena nos parece bastante coherente entre quienes no tienen el don de la fe. No así la postura atea que niega rotunda y a veces agresivamente la existencia de Dios sin poderlo tampoco probar científicamente. De tejas para abajo el “quizás” tiene sentido, como el “sí” de la fe, con tal de que no se trate, lo repetimos, de fanatismos intolerantes.

Pero, ¿por qué hemos hablado de la fe como un don? Porque una de sus características es que no se trata de una conquista voluntarística a través de los puños, sino de aceptación de algo a lo que se nos invita. De algo libre, nunca impuesto. Igualmente la fe es oscura, es decir, que nos presenta muchos indicios para aceptarla, pero no la evidencia de otras realidades. Por eso hay gente que dice “esto no me convence” y hay gente a la que sí la convencen los indicios. Esta oscuridad implica la posible presencia de dudas. En estos casos, quienes creemos pasamos por encima de ellas o tratamos de aclararlas, mientras que las personas agnósticas seguirán cada una su propio camino. Para nosotros lo importante es no traicionar el fondo más humano de nuestro ser y por ello más divino. Lo más auténtico y profundo de nuestra conciencia.

Volviendo al guía de nuestra peregrinación, una cosa que él me manifestó es que frente a muchos de los grandes problemas de la vida, él se sentía solo, mientras que las gentes de fe se apoyaban en el Dios en el que creían y que eso las reconfortaba, aunque se tratara tan solo de una realidad meramente psicológica.

En la práctica –le dije a mi buen amigo agnóstico– tú actúa lo mejor que puedas y en cuanto a la fe, si te animas, puedes hacer una oración condicional y decir “si tú existes y me conviene, dame el don de la fe”. Y luego esperar la respuesta que te puede llegar hoy, mañana o dentro de muchísimo tiempo. O incluso, por una u otra razón, podría ser que la respuesta tal como se esperaba, no llegara sino en otra forma. Eso –le dije– es mi manera de pensar. Y terminamos nuestras conversaciones subrayando la importancia del respeto mutuo. Ni yo tengo que atacarte por ser agnóstico, ni tú a mí por ser creyente.

En el mundo, por lo que conozco, no hay muchos ateos en el pleno sentido de lo que este término significa, pero sí bastantes personas agnósticas y desde luego muchas más las hay creyentes en las distintas religiones de la humanidad. Un fenómeno muy interesante es que hay un movimiento doble, desde la fe al agnosticismo y desde el agnosticismo a la fe. Gente que se va y gente que viene. Y este movimiento doble no se circunscribe a ninguna clase social, raza, sexo o nivel académico. Se da en todas partes y eso confirma que las diversas experiencias humanas y religiosas son múltiples, y que detrás de Dios, o si se prefiere detrás del valor supremo, la libertad responsable tiene la última palabra.

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