Políticas neoliberales del siglo pasado

Roberto Lombana

Curiosamente, y ante la periodicidad y carácter cíclico de la historia, asistimos actualmente a la vivencia de condiciones similares a las que llevaron a Keynes a formular su concepción sobre la economía global, basada en la equidad entre la inversión y el ahorro, y cuyo desequilibrio propicia indudablemente una distorsión entre los ingresos y el empleo generado en cualquier economía. Los actores y las condiciones pueden variar, pero su analogía con la realidad del mundo globalizado –donde los grandes mercados absorben a los pequeños, a la sombra del supuesto bienestar que proporciona la apertura “indiscriminada”– es muestra inobjetable del desequilibrio imperante, ante cuya acción tenemos la obligación de prepararnos, fortalecer nuestra producción e identificar en los tratados bilaterales, y por qué no en los de libre comercio, nichos propicios para salvaguardar y mejorar las condiciones de vida de nuestra población.

El año 1986 marcó un hito en la historia del desarrollo del sector manufacturero, agropecuario y laboral, con la aprobación de las primeras leyes emanadas del neoliberalismo que trajeron como consecuencia la apertura de mercados y el comienzo del agotamiento del modelo político-económico. Hoy, tras 16 años de dicho inicio, aún continúan las reformas neoliberales deteriorando los sectores productivos y su correspondiente mano de obra, sin que hayamos conformado un frente común para enderezar semejante entuerto.

El actual gobierno, de corte populista, realiza ingentes esfuerzos por socorrer al sector agropecuario, y por ende a todo el sector rural, marginado o no, con iniciativas de autogestión que corren el riesgo de terminar en el clásico paternalismo gubernamental evidenciado durante los períodos electorales. Por otro lado, las imposiciones y recetas económicas para los países tercermundistas no hacen diferencia entre tipos de gobierno; producir para exportar es, según ellos, el único camino, desconociendo que las reglas del juego no son iguales para vendedores y compradores.

Como es sabido, no hay desarrollo sin equidad y, en nuestro caso particular, debemos procurarla entre las naciones del istmo centroamericano y México, si pretendemos negociar con algo de éxito ante países desarrollados. Es por ello que debemos ser capaces de implementar políticas de complementariedad regional con respecto a la producción de nuestros países, y salvaguardarnos así de las consecuencias de la celada que pretenden con los Tratados de Libre Comercio. Cuando Panamá sucumba ante Centroamérica, vendrá México con su Plan Puebla-Panamá, que no es más que un TLC para el sur mexicano. Al final, de no tomar las medidas adecuadas, despertaremos de aquel sueño de grandeza foráneamente impuesto, y advertiremos que la historia termina con el sometimiento total, porque no tendremos trabajo, y de esto, abundan ejemplos.

Ahora tenemos por delante el ALCA, el Area de Libre Comercio para las Américas y, a criterio propio, debemos luchar por obtener la sede, pero no por las aperturas a cambio de votos para lograrla. Miremos a Brasil, Uruguay y Argentina. No hay que acelerar calendarios, más bien dar una mirada retrospectiva y encontrar en esa reflexión que, sin producción nacional, sin sectores agroindustriales, agropecuarios y manufactureros fortalecidos, no habrá crecimiento económico.

Vislumbrando el devenir, el tema del turismo es a muy largo plazo y tampoco nuestro sector portuario resolverá. Ni qué hablar de un sector de servicios agotado y carente de creatividad. Quizá lo correcto hubiese sido mantener los Acuerdos Bilaterales de Libre Comercio; no obstante, el camino está trazado y debemos ser prudentes en la negociación.

Tenemos un mundo convulsionado por la crisis de seguridad en lo político y en lo económico, así como en lo financiero; con pobreza generalizada y cuya génesis es el neoliberalismo, creador de la anti-generación de riqueza, por lo que un análisis retrospectivo es válido. Hay quienes dicen: “si me veo frente a un espejo me espanto y si me comparo, no tanto”, y en esa comparación están los elementos que a mi juicio debemos definir y ejecutar entre todos. Veamos algunos: crear una política industrial motivadora de la inversión interna; definir mercados y clientes; analizar cuáles ventajas comparativas y competitivas queremos explotar; aceptar a los países de la cuenca del Pacífico y a las Chinas como potenciales mercados; ampliar el Canal y ser autosuficientes en la producción alimentaria. Igualmente, en mi concepto, no es saludable reformar las leyes de sociedades anónimas, del Centro Bancario, de la Zona Libre de Colón y sí, definitivamente, crear el Ministerio de Comercio Exterior y Desarrollo Industrial, como vía expedita para canalizar los esfuerzos y logros de dicho sector. Finalmente, propender el fomento de las exportaciones de servicios y fortalecer a los sectores productivos.

Seamos conscientes de que con el actual nivel de desempleo, es razonable no aumentar salarios como se ha propuesto, sino más bien hablar de productividad, la que en el corto plazo traerá como consecuencia el incremento del número de plazas de trabajo. Igualmente, tengamos claro que nuestra posición en términos de oferta laboral no es la más favorable. Basta comparar nuestro salario mínimo (un dólar con 22 centavos por hora), con el de Nicaragua (21 centavos), con el de Honduras (49 centavos), con el de Guatemala (45 centavos), el de El Salvador (60 centavos), Costa Rica (un dólar con 14 centavos) y el de México (55 centavos).

Por ello, es importante sensibilizar a nuestros gobernantes y negociadores en el sentido de que estamos frente a una desventaja absoluta en la producción de cualquier rubro, ya sea de origen agrícola, pecuario, agroindustrial e industrial, ante cualquiera de los países del istmo centroamericano y de México. Falta poco para que nos aprueben más TLC y se debe escuchar pronto una propuesta obrera para hacer un frente común ante la corriente aperturista. Panamá y su gente, de forma solidaria, deben encontrar de común acuerdo la ansiada mejoría en la calidad de vida y dejar atrás políticas neoliberales del siglo pasado.

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