CIRCO GUBERNAMENTAL

Políticos ciegos, pueblo indolente: Víctor Paz

Siempre he pensado que no hay mejor forma de contrariar a quien intenta llamar la atención, que ignorarlo. Porque en su afán de ser atendido, la desesperación lo lleva a cometer errores letales, que tampoco ve por estar demasiado “involucrado” en su rol. Errores que exponen debilidades, esas que ocultaba cuando trataba de llamar la atención, y otras más profundas.

Solo basta un poco de paciencia, maña y defensa. El agresor exhibicionista, tarde o temprano, se desnuda a sí mismo, en desventaja a todo lo que le rodea. Así es como empieza a perder fama, se descubre encerrado y en capilla ardiente.

Pudiéramos pensar que a nuestro pueblo, gran parte aficionado a las contiendas de cualquier índole, le aburriría una situación así, sin embargo, es algo que habría que considerar. El panameño piensa más de lo que habla, aguanta demasiado sin ser cobarde; somos unos pelos más emotivos que racionales y no sabemos trabajar en equipo. En tales condiciones, arrearnos, como ganado, tendría media probabilidad de fallo para quien lo intente.

Escucho a mucha gente, que se dice “de oposición”, comentar el circo que nos arma el Gobierno, sin darse cuenta (o sin querer) de que le hacen la propaganda gratis, porque les gusta, hasta cierto punto, el bochinche y la controversia. A diario se inventa un nuevo lío, de poco o gran arraigo, que ocupa el consciente (o inconsciente) colectivo. Los medios oficialistas lo disparan, y los opositores lo amplifican. Así se genera una especie de cortocircuito comunicativo, y la señal originalmente emitida, en lugar de desaparecer, se retroalimenta en ciclos infinitos del haber nacional.

Parece un juego de tontos sin fin, porque los actores internos no generan control sobre ese ciclo. ¿Luego qué queda? Una condición de desbordamiento, saturación y cansancio que puede generar cualquier tipo de fallo. Escuchando atentamente los programas oficialistas se observa que bajo el cascarón de insultos personales, jerga de poca monta, culto a la personalidad y el eslogan repetitivo de las obras, no hay substancia.

De forma increíble, es la oposición la que le da vida a la propaganda gubernamental. Fue esta la que proclamó al oficialismo como “locos”. ¿Sabrán ellos aquel viejo adagio que dice que a los locos no se les hace caso? O habría que estar aún más loco (o desesperado) para discutir locuras con los locos.

Si nuestra oposición fuera un poco más proactiva y menos reactiva; si repartiera un poco de sus millones en obras sociales, aterrizando su compromiso con el ciudadano, no solo con el copartidario; si hiciera más que repartir puestos, cuando se vuelve gobierno; si el panameño observara un compromiso permanente y real, no solo político y oportunista de sus candidatos; si la oposición pudiera hermanarse al pueblo, en lugar de presentarse como un mesías libertador, para luego convertirse en un producto peor al que reemplazó, entonces, todo sería diferente. El problema de la política panameña no es la virtud de la oposición ni lo pecaminoso del gobierno, sino la falta de visión, a mediano y largo plazo, de nuestros políticos. La indolencia de nuestro pueblo es en gran parte reflejo de la ceguera de nuestros políticos.

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