Tuve la oportunidad de estar en la presentación del musical Callar Jamás en el teatro Ateneo de la Ciudad del Saber, celebrando los 35 años de La Prensa. Desde donde estaba sentada podía ver la escenografía en toda su dimensión: pilas de periódicos listos para la venta, una pantalla inmensa, andamios al fondo (luego entendí su razón de estar allí) y banners laterales de piso a techo, tapizados con las portadas del diario. En cierto momento de la producción, al darle la vuelta, estos dejaban ver un quiosco movible, como los que he visto en vía Argentina. Todo, en su conjunto, forma parte de la historia que nos tocó vivir. Nunca me hubiese imaginado que la historia de un diario se podría presentar en una sola función y, sobre todo, cantada. Fue un trabajo de historia muy bien elaborado, con la dirección artística de Agustín Clement y la producción de Madelaine Leignadier. El elenco, afinado, atinado, muy bien seleccionado: Luis Arteaga, José Julían Muñoz Triana, Manuel Corredera y Meli Moreno, además del cuerpo de baile.
Nos recordaron la historia paralela de lo que acontecía en la década de 1980, la música del momento de Wilfrido Vargas con El Jardinero, la llegada del walkman, y los patines de El Dorado, como la gran pifia que era. En medio de la jocosidad, se presenta la historia contada por los fundadores de La Prensa, I. Roberto Eisenmann Jr. y Ricardo Alberto Arias. Me fascinó escuchar que la primera diagramación se dibujó en una servilleta, mientras buscaban asesoría del especialista en periódicos Carlos Castañeda. Darle forma al proyecto fue quizás lo más fácil, el contenido fue la parte más dura, tanto para los fundadores como para los lectores.
Empiezan entonces a discurrir en la pantalla los peores años (bueno eso pensé que eran) que vivimos en Panamá, sobre todo, los últimos de la dictadura de Manuel Antonio Noriega; revisar los titulares del asesinato del Dr. Hugo Spadafora; y las vistas de la invasión con sus actores. Entre las imágenes de la Cruzada Civilista y la puesta en escena de los grupos en los que estaba dividido el país: los Batallones de la Dignidad, con sus respectivas armas, y los que eran parte de la Cruzada Civilista, con banderas y pañuelos en mano. Esta, quizás, fue la escena que más me emocionó, porque fue una parte importante en mi vida. En medio de la escena, cientos de miembros de la audiencia levantaron pañuelos blancos. ¡Uf!, esto me llegó al corazón y me vinieron a la mente los momentos en que yo trabajaba en Calle 50 y como, al igual que miles de panameños, me tocó correr para salvarme de los “doberman”, y de quién sabe qué más, debido a la cantidad de civiles que se prestaban para ayudar a los militares y decir quiénes hacían o decían algo en su contra.
Como parte de la producción estaban los “canillitas”, sobre todo uno, que relató su propia historia, llena de acontecimientos personales, de amor, de pasión por el trabajo y de la relación, casi de familia, que se va creando entre el canillita y el cliente lector, en la que me veo reflejada. Hay un señor a quien le compro y cuando me ve rebuscando el sencillo me dice: “No se preocupe jefa, que si no trae, mañana me lo paga”. Relacionó la historia de La Prensa con la mía. Siempre le cuento a mi esposo que aprendí a leer el periódico de muy niña, porque veía a mi papá leyéndolo. Años más tarde, fue parte de mi trabajo diario.
No hay un final feliz. Hay un momento de la escena en que los canillitas vocean un titular que, quizás, muchos esperan ahora, algo así como “funcionario en Miami cae preso”, lo que le arrancó las carcajadas del público. Por un momento pensé, bueno, con la edad que tengo quizás logre ver los 50 años de La Prensa y, entonces, tendremos nuevas historias.
El tema musical de fondo, cantado por Luis Arteaga, hablaba de noches largas y enmarcó a quienes durante años se han dedicado a trabajar en este medio. Con arreglos sensibles, nos presentan que detrás hay seres humanos que tienen familia, pero que también sienten un gran amor por el trabajo de llevar la información a otros, y que lo hacen sin importar las consecuencias. Gracias a La Prensa por cantarme su historia.