El próximo miércoles 15 de octubre esa gran figura dentro del campo de la medicina que fue el Dr. Carl M. Johnson, cumplirá un año de haber fallecido en la ciudad californiana de Ventura. Había nacido el 13 de agosto de 1905 en Alliance, estado de Ohio, Estados Unidos. Tuvo la satisfacción de vivir 95 años haciendo el bien y, de manera especial, a los seres más necesitados de Panamá, adonde había llegado cuando tan sólo tenía 26 años de edad. De no haber sido por su hija enferma no hubiese así más o menos siempre lo expresaba abandonado nuestro país. Y bien que lo daba a entender cuando a muchos de los que lo rodeaban incluso les decía que hubiese querido terminar sus días en Darién o en Chiriquí, en donde conocedor de cada pie de tierra ya hasta mencionaba con precisión los sitios en donde anhelaba algún día descansar.
Prácticamente dedicó toda su vida a cumplir con su profesión de médico investigador en enfermedades tropicales en Panamá y, sobre todo, en esa maravillosa institución que es el Instituto Conmemorativo Gorgas, al que varias veces, y con orgullo y admiración, nos hemos referido en estas páginas de Raíces.
Ese Laboratorio (hoy Instituto) Gorgas que tanto bien le hace a la nación, y en donde el sentir de sus autoridades y del resto de su personal expresa y con lo cual nos identificamos totalmente que se hace absolutamente necesario que se establezca la sostenibilidad de los procesos que se están desarrollando a través de una estabilidad jurídica por medio de una adecuada ley, que le permita total autonomía. Y es que son tan exclusivas e indispensables las investigaciones científicas que en el Instituto siempre se han desarrollado, que ya va siendo hora de que se comprenda que no son otras influencias que las de la salud de este pueblo las únicas que deben dar dirección a su existir.
Pero volvamos al Dr. Carl Johnson. Hombre campechano, humanitario, desprendido, sencillo, como todo científico que se respete. No tuvo otra preocupación en su mente que ayudar sin ningún interés diferente a todos los enfermos que a lo largo y ancho del país así como en el Laboratorio Gorgas o él buscaba, o lo venían a consultar.
Enfermedades complicadas y devastadoras como la malaria, la tripanosomiasis o Chagas, la leishmaniasis, las parasitosis de diferentes índoles, histoplasmosis y muchas más ocuparon su atención.
Como nadie más lo ha hecho en nuestro medio, el Dr. Carl M. Johnson se autoinoculó con los agentes productores de la malaria y de la enfermedad de Chagas, potencialmente mortales las dos, y con el elevado motivo de poder estudiar y comprender en cuerpo propio su evolución.
Pero eso no es todo. Con qué cariño y desprendimiento trataba a los enfermos bajo su cuidado. Amó nuestra vida silvestre, y como muchos de los trabajadores del Gorgas, no existía rincón de nuestra patria que no acostumbrara visitar. Era, además, gran cazador, pero a su vez, conservacionista; su cacería era muy especial.
Trabajó con serpientes. El Gorgas poseía una boa y una equis, entre otros ofidios, con las cuales Johnson mantuvo si así nos lo permiten decir gran amistad. Fue gran cocinero, sus conocidos aún recuerdan el cake o torta de frutas que sabía preparar.
De sus relaciones experimentales con los monos o primates del Laboratorio Gorgas sería mucho lo que también se puede decir.
Al Instituto Gorgas hay que proporcionarle para siempre la seguridad y la confiabilidad que son tan necesarias para toda nuestra doliente población.
Estas Raíces se elaboraron debido a una insinuación de Maritza de Brewer, quien desde hace muchos años trabaja en el Gorgas. Fue secretaria de Johnson y tuvo oportunidad de admirar su personalidad. Las fotografías son cortesía de ella. Muchas gracias.
