Ricardo De La Espriella III Especial para La Pensa revista@prensa.com
En este nuevo año que comienza deberíamos tomar la resolución de aportar parte de nuestro tiempo a la protección del planeta. Como señalamos en la pasada entrega nuestro mundo está agonizando debido a la deforestación en gran escala y a la contaminación de la atmósfera, mares y ríos.
El planeta Tierra es un ente vivo. Día a día sentimos sus latidos en la actividad de las diversas especies de plantas, árboles y animales que habitan sus bosques y mares.
Los cambios climáticos que han tenido lugar durante este último siglo son una consecuencia directa del grave deterioro que la humanidad ha venido infligiendo sobre la biosfera.
Alrededor de la esfera, los desechos químicos han contaminado las fuentes de agua. Durante siglos los países industrializados han vertido contaminantes sumamente tóxicos en los ríos, lagos y océanos. La incidencia de casos de deformaciones congénitas, cánceres y tumores malignos ha ido aumentado en aquellas comunidades cercanas a las fábricas y basureros.
No fue hasta hace 40 años atrás que se empezó a regular la emisión de sustancias contaminantes. En 1960 surgió un movimiento de conservación ecológica estrechamente relacionado con grupos de izquierda. El conglomerado industrial de los Estados Unidos, conformado, entre otras, por la industria armamentista, de automóviles y equipos electrónicos intentaron comprar el silencio de estas organizaciones ecológicas, quienes establecieron un correlación directa entre el desarrollo industrial y la degradación del medio ambiente.
Bajo la creciente presión de los ecologistas, el gobierno federal de los Estados Unidos creó la Agencia para la Protección del Medio Ambiente (EPA, por sus siglas en inglés).

