Respuesta al gran panameño don Carlos Iván Zúñiga

En una ocasión conversando con don Monchi Conte, "guardián del acervo cultural de Penonomé", como acertadamente lo ha llamado usted, me decía que en una de las innumerables tertulias que su padre, don Héctor Conte Bermúdez, sostuvo con su amigo, el extinto ex presidente Juan Demóstenes Arosemena, éste le decía que los panameños teníamos que volver los ojos a Colombia por cuanto de ella y su gente nos quedaba mucho por aprender.

Realmente es una honrosa herencia, no solo por la templanza para el ejercicio de un oficio como el que bien describe y que desarrolló mi abuelo, Antonio Tatis Cabarcas, con todo el esfuerzo que usted conoció de tan cerca, sino también por las demás artes y letras; ha sabido usted describir magistralmente a muchos preclaros colombianos que se destacaron en la política, la poesía, la cultura, la pintura, el periodismo, las armas y el derecho, que indudablemente han sido norte y guía para los que les escucharon y leyeron o aquellos que tuvimos la oportunidad de formarnos en las universidades colombianas, iluminados por el talento y la vehemencia de sus ideas. La sabiduría plasmada en cada artículo, en cada libro, en cada pieza de oratoria, así como la impronta de los hechos dejados por aquella legión de hombres que ha mencionado, nos enriquece el espíritu y nuestra condición humana pero nos obliga a asumir el reto de no quedarnos atrás.

Ayer tuvo usted la fortuna de escuchar, leer y aprender de Santos, Cano, Sourdís, Gaitán, Ospina, Arciniegas, Pombo, Carranza, Forero y tantos otros, pero hoy también podemos seguir e igualmente aprender de los escritos y opiniones de López Michelsen, Devis Echandía, Santos Calderón, Lleras Restrepo, Betancurt Cuartas, García Márquez, Mutis, Botero y Grau, entre muchos más sin duda alguna.

Comparto con usted el mismo sentimiento y reflexiono sobre la grandeza de aquella estirpe y el estilo de gente que ha dejado en muchos de nosotros una traza indeleble; sin embargo, toda esa dignidad a la que podemos referirnos ha servido de poco en los muchos intentos por apaciguar el conflicto intestino político y social que vive el hermano país; más de 40 años de lucha armada, recriminaciones y procesos de paz no han logrado el punto de equilibrio para la convivencia social.

Aún recuerdo los procesos de paz de los gobiernos de López Michelsen y Turbay Ayala, y la consecuente frustración y desasosiego de la población por sus fracasos; de nada sirvió la rendición del M-19 y su reinserción en la sociedad civil, uno a uno de los de su dirigencia fueron asesinados. Años más tarde, bajo el gobierno del ex presidente Belisario Betancurt, las gentes volvieron a recobrar la fe y renovaron sus convicciones, creyeron que el impulso de este nuevo proceso de paz sería definitivo para la convivencia pacífica del país, pero solo se cosechó desolación y muerte. Perdieron la vida Luis Carlos Galán, candidato liberal a la Presidencia de la República; Rodrigo Lara Bonilla, ministro de Justicia; Guillermo Cano, director de ese otro gran periódico El Espectador, y tantos y tantos otros líderes de las izquierdas, de los sindicatos, y todos cuantos creyeron en el proceso tuvieron el mismo final.

Los demás presidentes que siguieron, Barco, Gaviria, Samper y Pastrana, todos sin excepción intentaron alcanzar la paz mediante largos, escabrosos e ingeniosos procesos que terminaron sin un solo resultado favorable; ahora el presidente Uribe se resiste a creer que la intolerancia sea mayor que el deseo (leyenda) personal de cada colombiano de vivir en paz.

A cuento traigo lo que decía el rey Salem a Santiago el pastor, en El Alquimista de Coelho, que la "leyenda personal" es aquel deseo genuino que tiene toda persona desde su juventud de realizar un sueño sin temor alguno, sobre todo sin perder la perspectiva y recordar siempre lo que se quiere, porque a medida que pasa el tiempo una misteriosa fuerza trata de convencer que es imposible cumplirlo, obviamente lo que realmente está enseñando es cómo realizarlo, pero cuando esto llegue el mundo entero conspirará para que su "leyenda personal" se cumpla. Este es mi deseo para el pueblo colombiano que implora y desea paz.

Deseo que sepa que guardo con entrañable afecto una copia del artículo original "Colombia en la vida de un panameño" que usted dedicó y entregó a don Monchi; él, con especial deferencia, le dedicó unas fúlgidas palabras a mi abuela, Mica, que con la complicidad de su dama de compañía tomé para mí.


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