MEDICIÓN

SNI: una iniciativa de primer mundo

Para optimizar la realidad, primero debemos conocerla. Si la información nos duele o avergüenza, tanto mejor para reaccionar e intentar cambiarla. En un reciente reporte del foro económico mundial que analizó el índice global de competitividad de 131 países, Panamá figura en la posición 87 (puntuación de 2.97/7) en materia de innovación científica. Tristemente, ocupamos el puesto 104 en capacidad para innovar, 97 en disponibilidad de científicos, 95 en calidad de instituciones científicas y 89 en generación de patentes útiles. Contamos con 0.23 investigadores por cada mil habitantes, cifra tres y cinco veces menor que la de países con similar población y economía como Costa Rica o Uruguay, respectivamente y 30 veces menor que la de naciones desarrolladas (7/1000). En estudios biomédicos, la región latinoamericana ejecuta menos del 5% de la investigación mundial, particularmente en Brasil, Argentina, México y Chile. Menos del 1% de las publicaciones que aparecen registradas en Medline procede de América Latina. La aportación de nuestro país a la ciencia universal es irrisoria.

Según datos de la Red de Indicadores de Ciencia y Tecnología –Iberoamericana e Interamericana– (Ricyt), los países latinoamericanos representan el 2% de la inversión mundial en investigación y desarrollo (I+D), cifra que solo supera al África (0.3%), muy por detrás de Norteamérica (39%), Europa (31%) y Asia (26%). Estados Unidos, nación líder en investigación científica, destina un 2.6% de su producto interno bruto (PIB) a I+D, seguido de Japón con 2.4% y de la Unión Europea, con una media de 1.84%. La inversión del Estado panameño (sin contar el aporte privado del Instituto Smithsonian) anda por los 20 millones anuales (0.1% del PIB, comparado con 0.3% para Costa Rica. 0.4% para México, Uruguay o Cuba, 0.6% para Chile y 1% para Brasil).

Estas deprimentes carencias impulsaron la creación de la carrera de investigador mediante Ley 13 del 15 de abril de 1997. Se estableció la necesidad de que los investigadores recibieran estímulos de distinción y salario para premiar el esfuerzo personal en el área de ciencia, tecnología o innovación. Hace escasos 17 meses, el 14 de diciembre de 2007, la Ley 56 aprobó el Sistema Nacional de Investigación (SNI), que resalta la importancia de los investigadores en el desarrollo humano sostenible de Panamá y formula un esquema de reconocimiento a mérito y dedicación en I+D. Para tal efecto, se considera investigador al que trabaja en la concepción o creación de conocimientos, productos, procedimientos, métodos y sistemas novedosos, en ciencia o tecnología.

México, Argentina, Chile y Brasil cuentan con un SNI desde hace dos décadas. El desfase panameño obedece a que el tema de I+D entró en la categoría de alta prioridad política, gracias al impulso otorgado por el Gobierno en estos últimos años; a la escasez de una masa crítica de investigadores con nivel de doctorado, con potencial y habilidad para poner en marcha el motor del desarrollo científico; a la inmadurez de una “cultura” de investigación en nuestras instituciones académicas. La sociedad y los medios de comunicación tienen una idea precaria, muchas veces hasta negativa, sobre la relevancia de la investigación para el desarrollo del país; y a la falta de visión, motivación, iniciativa, tenacidad y liderazgo de dirigentes académicos precedentes para sacarnos del prolongado letargo en materia científica.

A mi juicio, el éxito del SNI dependerá de la continuidad que los gobiernos ejerzan durante los años venideros; de la transparencia empleada para garantizar objetividad en todos los procesos; del dinamismo de los miembros en actuar como agentes catalizadores para fomentar el surgimiento de nuevos grupos de investigación; de la credibilidad de la sociedad por el impacto que tengan los resultados en el bienestar de la población panameña; y de la divulgación de todos los beneficios que la generación de estos nuevos conocimientos produzcan a nivel nacional.

Siempre he sostenido que no hay sociedades subdesarrolladas sino mentes subdesarrolladas. En este sentido, es obligatorio reconocer la atinada designación del Dr. Julio Escobar, por parte del presidente Torrijos, para comandar los destinos de Senacyt durante este pasado quinquenio. Sin temor a equivocarme, Julio fue una de las figuras más destacadas de la administración que está por concluir. Su inteligencia, calidad humana, capacidad ejecutiva, energía laboral y claridad de objetivos sobresalen al primer contacto. El Dr. Escobar ha puesto la ciencia panameña en el sitial que se merece, enrumbándola por el sendero que otros deberán transitar.

Del desarrollo de la ciencia, más que de cualquier otra actividad económica, dependerá que seamos una nación del primer mundo. Panamá se conoce gracias al talento, disciplina y sacrificio de Roberto Durán, Irving Saladino, Laffit Pincay, Mariano Rivera, Sandra Sandoval o Margarita Henríquez, entre otros. Sin demeritar las hazañas de estos ilustres compatriotas, sueño conque en el futuro cercano, nuestro país se proyecte también por las mentalidades científicas que alberga. “Si soñamos en pequeño, seguramente seremos enanos; si soñamos en grande, podríamos convertirnos en gigantes”.


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