En estos días patrios hemos escuchado y visto, a través de los canales de televisión, que algunos periodistas acostumbran a animar a los integrantes de los conjuntos de baile y proyecciones folclóricas a que salomen. En respuesta a la petición, los jóvenes –quizás de origen urbano– gritan “¡Auuueee!”.
Incluso, hemos escuchado y visto a varios periodistas, varones y damas, emitir tal expresión. Eso es gritar, no salomar. Es decir, que confundimos “grito” con “saloma”, pero no es lo mismo.
La saloma es una modulación de la voz sin pronunciar palabra alguna. Los músicos y cantores combinan salomas con gritos. Los panameños ejecutamos y escuchamos salomas en el canto de tamboritos, así como también en nuestras cumbias y mejoranas o cantos de décimas.
Muchas cumbias tradicionales llevan esta estructura: a–b–c–d. El segmento a–b corresponde a una introducción, herencia indiscutible de la musicalidad europea. El segmento b–c corresponde a un “moderato”, que por lo general es una saloma. Y el segmento c–d es el estribillo o “rumba”, la parte más movida de la pieza musical.
En Ecuador, por ejemplo, salomar es “llamar a gritos”, y en Argentina es “gritería espantosa de micos y monos” (zaloma con zeta).
En Panamá la saloma no se usa para acompañar las faenas de marinería, como en algunos países, y menos aún para unir esfuerzos en el trabajo de remar. En las llamadas “salomas de marineros” las voces de mando se hacen con tono fuerte y alargado, pero sin gritos ni los cantos que constituyen la “saloma” en el sentido panameño. Un marinero panameño podrá lanzar una saloma en un determinado momento, pero esta no será en función de mando o faena, sino como pura expresión de su estado anímico.
Para concluir cito a Manuel Zárate en su obra Tambor y socavón, dice: “En... la saloma el... actor expresa... lo que el poeta expresaría en un dilatado y encendido poema, lo que el erudito diría en decenas de páginas...”.
Es tiempo de que quienes amamos el folclor panameño corrijamos ese concepto errado de la saloma.
